En relación a la decisión ¿Pensar que siempre habrá guerras? esta es una opinión de José Luis González Quirós

Imagen de José Luis González Quirós

Esta es mi opinión de experto

La paz perpetua es objetivo muy deseable pero extremadamente difícil. Creo que cabe pensar mecanismos políticos que supongan una minimización del riesgo de guerras, pero no creo que quepa lograr una especie de paraíso en la tierra. La conflictividad está inextricablemente unida a nuestra condición.

 
En los orígenes del pensamiento moderno, Hobbes rompió con una tradición, que consideraba ingenua, según la cual la naturaleza humana tenía una tendencia al bien y asumía que ese objetivo podía ser colectivamente accesible sin demasiado esfuerzo. Frente a ello, subrayó la idea de que los hombres están permanentemente en guerra en lo que él llamó el “estado natural”, y supuso que únicamente la erección del “Estado”, de una especie de Dios terrenal, al que entregásemos toda nuestra fuerza iba a ser capaz de garantizar un cierto nivel de paz civil.
 
A cambio, ese Estado nos dejaría libres para hacer lo que quisiésemos, con tal de no rebelarnos contra el orden legal (de re-bellum, volver a la guerra natural) y no atentar contra el derecho bien establecido de los demás. El esquema era simple, pero la realidad ha seguido siendo complicada. En el pensamiento hobbesiana no cabe discutir con el soberano que tendría, en la práctica, un poder ilimitado, de modo que podría convertirse en un enemigo de los ciudadanos que le han entregado todos sus poderes. A mi me gusta ver una imagen especialmente trágica de esta eventualidad en la ciega esperanza de los judíos alemanes que se entregaban al poder nazi sin resistencia en la creencia, absolutamente errónea, de que nada realmente malo pudiera pasarles. Pero no hace falta pensar en los terrores del nazismo. Incluso los Estados más democráticos y respetuosos del mundo se han visto envueltos en guerras, contra la esperanza kantiana de una paz perpetua entre democracias.
 
Es verdad que las democracias tienden a ser respetuosas ya preferir la negociación y el comercio a la guerra, pero no cabe negar que, cuatro siglos después de Hobbes, los Estados, presentes por doquier, democráticos o no, no solo no han acabado con las guerras civiles, sino que las han promovido, que las usan habitualmente como instrumentos para alcanzar sus objetivos políticos. Es cierto que allí donde los Estados no han llegado a constituirse con plenitud, los llamados “Estados fallidos”, como en buena parte de Hispanoamérica, en los Balcanes o en gran parte de África, las guerras son especialmente frecuentes y crueles. En el pasado siglo hemos asistido a guerras particularmente cruentas, que no debieran haber ocurrido, conforme a las previsiones de los filósofos políticos, y seguramente será pecar de optimistas pensar que en el futuro las cosas vayan a ser mucho mejores. Es cierto que hay zonas, Europa, por ejemplo, en las que llevamos un tiempo realmente largo de vida pacífica, con la excepción ya mencionada, pero también han surgido formas nuevas de guerra, revolucionarias o no: el terrorismo, de muy diversos tipos y procedencias, la guerra “civilizatoria” de los islamistas radicales contra lo que ellos consideran los cruzados de Occidente, las amenazas iraníes o coreanas, y otras formas de violencia que ahora no somos capaces de detectar seguramente nos darán que hacer en las próximas décadas.
 
No obstante sería muy poco oportuno negar los avances que se han hecho hacia la paz, incluso los que se basan en un cierto “equilibrio del terror”, como el vivido durante la llamada “guerra fría”, pero hay que tener muy presente que se trata de avances con fundamentos débiles y que, por eso mismo, es importante apoyar y fortalecer. Mientras los hombres sigamos siendo lo que somos y cómo lo somos no será fácil evitar del todo el recurso a la violencia, y la tecnología va a permitir, además, que muy sofisticadas, poderosas e indetectables armas puedan llegar a estar, prácticamente, en manos de cualquiera. En particular, considero que se trata de una enorme ingenuidad la presunción de que podamos promover una cultura de la paz, que hay que promover, en cualquier caso, capaz de librarnos por su sola fuerza de las amenazas de violencia y de guerra. Mientras seamos humanos, la guerra ha de verse siempre como una posibilidad.

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