En todas las culturas existen reglas de hospitalidad -transmitidas de padres a hijos- que nacieron con el objetivo de que los invitados se sientan felices cuando pasan un tiempo de visita en nuestra casa. Pero a veces las personas se pasan. Alguna vez quizá te has encontrado incómodo porque un anfitrión se empeña con demasiado celo en hacerte sentir bien. Más que un refinamiento cultural, en algunos pueblos la hospitalidad se considera hasta un deber sagrado. Homero decía en la Odisea que se debía dar de beber y de comer al forastero y lavarlo en el río.
Desde el punto de vista del objeto pasivo, el agasajo excesivo puede llegar a ser incómodo cuando se prolonga en el tiempo. No es fácil ver a gente haciendo cosas a nuestro alrededor y que a nosotros no se nos permita hacer nada. Puede suceder incluso que la hospitalidad se vuelva molesta, si alguien se la toma demasiado a pecho. Tal vez hacer participar a los invitados de alguna tarea como la recogida de platos sea un gesto de mayor confianza.