En relación a la decisión ¿Leer a los niños cuentos educativos? esta es una opinión de Carmen Martínez González

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Esta es mi opinión de experto

Leer cuentos a los niños siempre es positivo, pero el propósito principal debería ser exclusivamente el placer de vivir una experiencia compartida de satisfacción.

Es una opinión que precisa de muchas matizaciones, quizá la más importante es que el propósito de leer cuentos a los niños debería ser siempre el placer de vivir una experiencia compartida de satisfacción.

Porque leer cuentos a los niños siempre es positivo, pero no debería ser considerado una “intervención”, ni tener ningún otro fin que el de propiciar un espacio lúdico en el que compartir ocio y diversión con los hijos. Un preciado espacio de tranquilidad, bien que escasea en nuestra sociedad. Un tiempo para conectar con lo maravilloso, con lo misterioso, con lo sutil, capacidad que poseen naturalmente los niños y germen de la creatividad y la capacidad de admiración de los adultos.

En una familia con buenos modelos educativos y diálogo, no es necesario tener cuentos para explicar problemas como el divorcio de los padres, los celos o la solidaridad. Ni leer cada día Pinocho o Pedro y el lobo al niño que tiende a decir mentiras.

Las historias muy realistas no conectan con el mundo interno del niño, informan sin enriquecer. Sin embargo los cuentos clásicos producen una especie de educación sentimental inconsciente: conectan con las emociones del niño sin proponérselo, educan indirectamente más que los cuentos con clara intención pedagógica o didáctica. Los cuentos clásicos tratan de aspectos de la vida como la muerte de una madre (Bambi) o la coexistencia del bien y el mal en las personas, incluso en las madres (La Cenicienta). Muestran al niño  realidades dramáticas a través de historias irreales que conectan más con el inconsciente que con la conciencia, educando de esta manera más, sin proponérselo, que los llamados cuentos didácticos.

 

El mundo adulto tiende al pensamiento concreto y sin embargo es muy importante, también para los adultos, no perder la capacidad de admiración por lo inexplicable, por la belleza, por todo lo que produce un placer irracional. La magia, los objetos prodigiosos, el mundo irreal de la mayoría de los cuentos siembra esta preciosa semilla en los niños que no debería sustituirse por ninguna otra semilla con intención cognitiva. Para eso ya están las miles de horas de educación reglada en la vida.

 

Astrid Lindgren (1907-2002) creadora de Pippi Calzaslargas, dedicó toda su vida a escribir para niños. Decía que los niños necesitan libros con los cuales pueda crecer su imaginación, que toda persona necesita imágenes de mundos conocidos y desconocidos, de cosas cercanas y maravillas lejanas. Que “el día que la imaginación de los niños ya no posee la fuerza de producirlos, ese día la humanidad empobrecerá. Todo lo grande que pasó en el mundo primero se desarrolló en la imaginación de una persona y cómo será el mundo de mañana depende en gran medida de la capacidad creadora de aquellos que ahora están aprendiendo a leer”. Y no hablaba de imágenes reales (las ilustraciones, los dibujos de los cuentos, la mayoría de las veces distraen innecesariamente), sino de imágenes evocadas por la fuerza de la palabra.

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