En relación a la decisión ¿Dar una bofetada a tiempo como método correctivo? esta es una opinión de Jacqueline Benavides Delgado

No

• Jacqueline Benavides Delgado
• Doctora en Psicología y Master en Protección Infantil

Esta es la opinión del experto

“Tener una historia de maltrato infantil es un factor de riesgo que predice el ciclo de violencia de una generación a la siguiente”. Estas palabras resumen la idea principal de un artículo en que Jacqueline Benavides reflexiona sobre la transmisión intergeneracional de los maltratos infantiles. En el texto cita diversas fuentes para sostener su afirmación y explica también una investigación que realizó en Colombia entre los años 2002-2003 sobre la actitud de los niños hacia el maltrato infantil.
 
Esta autora afirma que cuando una persona ha sido maltratada en su infancia tiene muchas más posibilidades de repetir esta pauta de comportamiento con sus hijos, aunque –matiza– esto no siempre es así, sino que depende también de otros factores. Benavides explica que muchas veces las personas que han sido maltratadas en la infancia no ven nada extraño en esa forma de relación entre padres e hijos, con lo cual, no llegan a identificarla como maltrato.
 
Lo que este tipo de casos demuestra es que de alguna manera la violencia se “naturaliza”; es decir, es asumida como una forma “normal” de relación entre los padres y madres y sus hijos. Las personas que piensan de esta manera, explica la autora, tienen muchas posibilidades de repetir la conducta violenta en el futuro con sus hijos o con otros niños. Este elemento es un punto clave en la transmisión intergeneracional de la violencia, o dicho de otro modo, en el mantenimiento del ciclo de la violencia infantil.
 
Tal como señalamos más arriba, para que una persona que ha sufrido maltratos en la infancia pueda detener el ciclo de la violencia es necesario un par de elementos más:

1. que sea capaz de reconocer el maltrato como tal y
2. que haya desarrollado una actitud crítica hacia él. 

Aunque para muchas personas estos dos elementos parezcan evidentes, las investigaciones demuestran que en numerosos casos no lo son tanto, primero, porque reconocerse como persona “maltratada” supone asumir una clase de “estigma” que tiene una carga social muy negativa, y que puede suponer ser visto por los demás como “víctima”. Asimismo, asumir el maltrato puede implicar también un sentimiento ambivalente hacia los padres, un amor-odio que muchas veces confunde y no es fácil de resolver. Ambas razones dificultan este reconocimiento y, aún más, la posibilidad de hacerlo público, de decirlo a los demás. La autora sostiene que en algunas personas este tipo de situaciones es resuelto de manera inconsciente a través de una disociación, es decir, bloqueando el recuerdo del maltrato, haciéndolo desaparecer de la memoria, con lo cual el segundo elemento –la actitud crítica hacia él– nunca llega.
 
Si bien el artículo de Jacqueline Benavides no se refiere directamente al hecho concreto de dar o no una bofetada a los niños, en el fondo plantea una visión crítica del uso de la violencia con ellos y ellas, ya que de alguna manera “naturaliza”, “normaliza” o legitima el uso de la violencia como modelo educativo o de relación entre padres e hijos.