En relación a la decisión ¿Actuar con compasión? esta es una opinión de Emmanuel Housset

Imagen de Emmanuel Housset

Esta es la opinión del experto

La compasión de Dios, que se da incluso en su divinidad es la que nos ayuda a comprender la compasión humana, que nos hace personas y que nos abre al mundo, capacitándonos para soportar el sufrimiento del mundo, no rechazándolo sino liberándolo del aislamiento.

Emmanuel Housset empieza su artículo «La compasión como sufrimiento de amor» con la siguiente afirmación:

El hecho de que el hombre pueda compadecer el sufrimiento de otro hombre es ya el gran misterio de la existencia humana: ¿cómo puede el hombre en el corazón del sufrimiento salir de sí mismo para recibir el sufrimiento del otro?

 
Así mismo Housset dirá que se trata igualmente del gran misterio de Dios, de cómo puede Dios compartir las pasiones de los hombres.
 
La compasión, continuará, se nos plantea como paradójica. Sufrir por el otro es realmente una medida de lo humano, sin embargo, ningún hombre puede llevar por sí solo toda la miseria del mundo ni soportar el sufrimiento sin encerrarse en él. Será pues, la compasión de Dios, la que nos liberará de tener que soportar solos el peso del mundo al mismo tiempo que nos capacitará para escuchar lo insoportable del otro.
 
Y será precisamente a partir de la compasión de Dios que nos podemos aproximar, según este autor, a la verdad del sufrimiento. El sufrimiento como sensibilidad hacia otra cosa distinta de sí no se opone al gozo, sino que es una apertura previa a la subjetividad. Lo propio de un Dios que sufre es ser un Dios que lo da todo, incluso su divinidad, y que enseña al hombre que sólo puede ser él mismo dándose. De ahí que la compasión pueda ser todo menos una simple condescendencia porque es una transfiguración de la existencia que hace de Dios y del hombre personas en la medida en que sólo existe el amor que tiene piedad.
 
El amor al prójimo es un amor que ama al otro en su vocación propia, por él mismo. Aprender a sufrir por el otro nos lleva a ver en la persona amada la imagen de un Dios que sufre, un Dios que es él mismo persona.
 
La compasión de Dios no está ligada a las pasiones humanas, como movimientos contrarios a la razón, sino que es una pasión de caridad, que, sin embargo, es un verdadero sufrimiento. Dios sufre, lo que significa que él se da, y que se da todo entero, incluso en su divinidad y que este sufrimiento invita a la persona humana a aprender a sufrir este sufrimiento por amor.
 
Y hay que aprender a sufrir, es decir, aprender a abrirse al mundo y a dar la vida por el mundo. Esto no quiere decir que nos complazcamos en el propio sufrimiento, porque en la compasión no soy yo el que sufre sino es el amor el que sufre en mí.
 
Y citando a Jean Luis Chrétien añadirá:

La gracia hace que una parte del cuerpo de Cristo gima por la otra que se ha hecho insensible; y por ahí mantiene también la unidad del cuerpo. Sufre por los que no sufren su propia enfermedad, lo que les impide buscar su curación, e incluso darse cuenta de que están enfermos (Saint Augustin et les actes de parole. Paris: PUF, 2002, p. 257).

 
El Padre en la pasión de Cristo no es una mero espectador, sino que experimenta en sus entrañas el sufrimiento del hijo y com-padece en el sufrimiento del mundo de un modo mucho más perfecto que cualquier compasión humana. Si Dios nos trasciende, es que com-padece nuestra miseria infinitamente mejor que nosotros com-padecemos la miseria de nuestro prójimo.
 
Entonces la compasión de Dios transfigura la compasión humana convirtiéndola en algo más que la repugnancia de ver sufrir a un semejante. Humaniza su sufrimiento en vez de rechazarlo. El sufrimiento no se suprime pero cambia de signo en la medida en que es liberado del aislamiento.
 
Fuente: Housset, Emmanuel «La compasión como sufrimiento de amor». Revista Católica Internacional Communio. 4 (2003), p. 408-416.

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