En relación a la decisión ¿Superar el miedo a la muerte? esta es una opinión de Jesús García Peralta
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Jesús García Peralta
- Historia Papado, Historia, Antropología realista existencial
Esta es mi opinión de experto
En un plano inmanente y sin detrimento de la fe en otra vida, sí, porque el miedo es paralizante y no es fuente de felicidad. Desde la sorpresa y el gozo de existir, aceptando la muerte incluso con alegría, sólo así se puede aceptar con alegría plena la propia vida que, ineludiblemente, es mortal.
En primer lugar me gustaría señalar que no se puede afirmar que el miedo a la muerte sea generalizado, de hecho conozco gente que no lo tiene, ya sea por razones religiosas, meramente humanísticas o de otra índole.
A continuación expongo una serie de reflexiones en torno a superar ese miedo que nos ocupa.
No superar el miedo a la muerte por no aceptar lo que realmente somos, limitados y mortales, tiene su origen en un cierto orgullo, quizá no consciente, de creernos más, o mucho más de lo que somos en realidad, esto es: que soy, antes no era, y podía no haber sido. Yo soy quien soy y como soy, o no sería. Pero por ese orgullo y por vanidad tendemos a creernos semidioses atribuyéndonos en vano una naturaleza más que humana, y evadiéndonos nos vamos por las ramas y nos hacemos trampas de mil maneras queriendo escapar de la realidad…, con tal de no aceptar algo que es de nuestra propiedad, recibido en testamento y escrito con letras de oro en nuestro adn: que nuestra vida es mortal y que de hecho nos morimos. Pero nuestra vanidad y orgullo son como los de aquella hormiga que le gustaría ser cucaracha.
No debemos, pues, considerar la muerte como una amenaza exterior, representada en la imaginería popular por el esqueleto y la guadaña, sino como algo que nos pertenece, de lo que estamos “embarazados” desde el primer instante de nuestra existencia. Desde el preciso momento en que somos engendrados, ya estamos “condenados” a muerte. No es, pues, «la» muerte, sino «nos» morimos.
En ese sentido también conviene aclarar que, en contra de lo que se suele creer sin ningún fundamento, la muerte no es ningún enigma. El auténtico enigma es la existencia de cada uno, es decir, cada uno puede afirmar rotundamente que le ha tocado el gordo de la lotería del ser cuando de hecho lo más normal sería no haber sido nunca, pues sólo tenía una sola posibilidad de existir entre trillones de trillones en contra; porque era casi imposible que desde el primer big bang del universo, por una serie de carambolas cósmicas se produjera la existencia concreta y cotidiana de cada uno de los que realmente existimos. Eso sí que es un enigma. ¿Pero morirse? Es lo más normal del mundo, como tener nariz. Tener nariz no es ningún enigma, y la muerte tampoco. Sólo no mueren los que no existen. Soy de naturaleza mortal o no sería. Existo, luego me tengo que morir. Normal. Sólo Dios no muere, y sería un atentado a su esencia divina que algo le matara; pero como yo no soy dios ni semidiós, pues la cosa más normal es que me muera de un infarto o de que me caiga una teja en la cabeza cuando voy por la calle y me mate.
Dar la vida es dar la muerte. Si no hemos superado el miedo a la muerte aceptándola, ¿cómo nos atrevemos, pues, a engendrar a otros seres mortales, es decir, a condenarlos a muerte? ¿No es un contrasentido?
¿Acaso impediremos o retrasaremos un solo minuto nuestra muerte no aceptándola y no superando el miedo a ella? Lo que sí lograremos será amargarnos la vida en balde y quizás amargársela igualmente a los demás. Cuanto antes la aceptemos con alegría, más pronto viviremos plenamente felices porque habremos derribado el muro que nos lo impedía.
Otra cosa es el miedo al sufrimiento físico que puede haber antes de la muerte, pero que no se debe confundir con la muerte. Ésta es otra cuestión para otro momento.
Si vivimos cada día como si fuera el último de la propia existencia, al amanecer del día siguiente sentiremos ésta como una renovada sorpresa y regalo –¡increíble e inexplicable regalo de la existencia de cada uno!– que a su vez precipita una mayor aceptación, alegría y gozo, motores de existencia sin miedo y en plenitud. Todo ello mientras llegue el parto inexorable de aquello que nos pertenece, y aun más, es lo más íntimo de nuestro propio yo: la propia muerte, ya aceptada con alegría.
