En relación a la decisión ¿Aprender a gestionar mis impulsos de poder? esta es una opinión de Leticia Soberón

Esta es mi opinión de experto

Entiendo por "poder" el impulso de controlar las circunstancias y a las personas que se tienen alrededor. En general, todo ser humano tiende ejercer una cierta forma de control sobre lo que sucede, para disminuir su inseguridad. El problema surge cuando el deseo de poder se vuelve insaciable.

Como bien dice el Prof. Clemente, el deseo de poder es inherente al ser humano; yo no lo entiendo sólo como medio para satisfacer cualquier deseo, sino también como forma de control sobre otras personas, sobre las circunstancias, sobre lo que sucede en torno a quien lo ejerce.
 
Esto supone que el ejercicio del poder, tarde o temprano, doblega la libertad de los demás. Sea por la vía de la seducción, de la coerción o de la violencia, el poder que se va ejerciendo implica domesticar a los otros, pasar por encima de ellos, reducir su capacidad de decidir por sí mismos. Esta forma de relación humana es aberrante para ambas partes, pero por desgracia es muy frecuente. Resulta, a mi modo de ver, de la carencia de empatía por parte del poderoso, que ignora o es indiferente al sufrimiento de otros, a su legítimo derecho a ser autónomos. Quien ejerce el poder y goza con ello, puede llegar incluso a sentirse más satisfecho aún si provoca dolor en otros, como señala el Dr. Enrique Baca en un ensayo al respecto. 
 
Este ejercicio del poder de unos sobre otros puede darse en todas las escalas de la relación social: de pareja, familiar, de pequeño grupo, o en la sociedad. Y gran parte de las leyes se han creado para evitar el abuso de poder entre las personas y entre los grupos. Señal de que es un riesgo constante en la relación humana, y que sus resultados, tarde o temprano, son negativos.
Este poder como limitador de la libertad de otros no es lo mismo que la autoridad delegada en una serie de personas para la gestión de lo público, aunque es fácil que uno conduzca al otro. También en este caso las leyes deben garantizar los equilibrios necesarios para que nadie llegue a utilizar los cargos públicos para dominar a la ciudadanía.
 
Por eso cada persona debe aprender a gestionar sus impulsos de poder, primero reconociéndolos, y luego a través de la empatía suficiente para considerar a los demás como "otros yo" que merecen el respeto a la libertad y la autonomía que yo reclamo para mi propia persona.

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