En relación a la decisión ¿Moverme en bicicleta para no contaminar? esta es una opinión de Mariano González Tejada

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Esta es mi opinión de experto

La bicicleta es una necesidad y una alternativa necesaria al escenario inmediato de agotamiento de combustibles fósiles. Además tiene otras virtudes: mejora de salud, menor siniestralidad, no emite contaminantes, no hace ruido, necesita poco espacio para circular, etc

 
Resulta indudable que la bicicleta no es un medio de transporte contaminante por cuestiones obvias: la energía que requiere procede exclusivamente de nuestros cuerpos, por lo que no hay ninguna emisión directa de sustancias contaminantes.
La pregunta no debería ser por tanto si la bicicleta contamina o no, sino más bien hasta qué punto la movilidad de una ciudad puede ser absorbida por este medio de transporte, y en qué medida su utilización es en realidad una alternativa transformadora de nuestras urbes y de nuestras formas de vida.
La respuesta a esta pregunta se puede enfocar de dos aspectos diferentes. La primera de ella es la  imperiosa necesidad del ser humano por transformar la forma en la que se desplaza. Una necesidad que procede del comprobado agotamiento de los combustibles fósiles durante la próxima década (ya se han consumido más de la mitad de las reservas mundiales de petróleo convencional). Lo que va a llevar, guste o no y se quiera o no, a que aquellas ciudades, regiones o países, que no consigan ir independizándose de los combustibles fósiles, tendrán al final que hacerlo de una forma más dramática y caótica.
 
Actualmente en el Estado español se van cada año unos 40.000 millones de euros exclusivamente en la compra hacía el exterior de combustibles fósiles, constituyendo estas compras más de un tercio del déficit de nuestra balanza comercial. Y ¿Qué significa esto? Pues que mientras se ingenian mil maneras para recortar en sanidad y educación, todavía nadie ha planteado públicamente y como una acción prioritaria del gobierno fijarse como un objetivo prioritario reducir nuestra excesiva dependencia del petróleo, gran parte de la cual solo sirve para mantener sistemas de movilidad, entre otros, tremendamente derrochadores.
 
Plantearse esto implicaría aplicar planes y medidas que transformaran nuestras ciudades y que apostaran por los medios de transporte que resultan más eficientes energéticamente. Y en esos planes la bicicleta jugaría un papel primordial, sobre todo cuando se estudian los datos sobre movilidad urbana: la mitad de los desplazamientos urbanos en automóvil es para distancias inferiores a los ¡3 kilómetros! La distancia perfecta para ser realizada en bicicleta. Es decir, la bicicleta podría absorber una gran parte de estos desplazamientos –no todos- si se dieran las condiciones adecuadas, como intermodalidad, aparcamientos, y sobre todo y lo más importante: reducción de la velocidad y del número de automóviles que circulan por nuestras ciudades, es decir eliminar los factores que producen el miedo que impide a tanta gente utilizar la bicicleta. ¿Y para aquellas personas que no pueden/quieren usar la bicicleta? El transporte público colectivo. Y claro, sin olvidarnos nunca de que lo primero a impulsar es la marcha a pie.
 
Así que la bicicleta es en primer lugar una necesidad y una alternativa necesaria al escenario inmediato de agotamiento de combustibles fósiles. Pero, dicho esto, lo bueno es que la bicicleta reúne además otras serie de virtudes, por lo que su introducción urbana resulta además social y ambientalmente beneficiosa por muchas cuestiones: mejora de salud por el ejercicio físico que implica, un mayor contacto y conocimiento del entorno urbano, una menor siniestralidad –tanto para la persona que la utiliza como para el resto de personas-, no emite sustancias contaminantes ni gases de efecto invernadero, no hace ruido y requiere de poco espacio público para circular.
Por todo ello, podríamos tranquilamente afirmar: “bicicleta o crisis”.

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