En relación a la decisión ¿Moverme en bicicleta para no contaminar? esta es una opinión de Sílvia Martín

Imagen de Sílvia Martín

Esta es mi opinión de experto

Son múltiples las bondades de la bicicleta como medio de transporte en relación a la calidad atmosférica, el cambio climático, la movilidad urbana, la salud, etc. Se exponen argumentos y datos complementarios a favor del “sí, es mejor usar la bicicleta para no contaminar", pero no sólo para eso.

La bicicleta, además de no requirir fuente de energía contaminante, es el medio de transporte más eficiente energéticamente, comparado incluso con los medios sostenibles: una bicicleta consume 0,06 Mega Jules (MJ) por viajero y quilómetro (km).
 
Le siguen, por orden de eficiencia: desplazarse a pie, 0,16 MJ/viajero-km; el tren, 0,35 MJ/viajero-km; el autobús urbano, 0,58 MJ/viajero-km; el ciclomotor, 1,00 MJ/viajero-km; el coche de gasoil o gasolina de cilindrada baja o media, entre 2,26 i 2,98 MJ/viajero-km; el avión Boeing 747, 2,89 MJ/viajero-km; y finalmente, el coche de gran cilindrada, que consume entre 3,66 y 4,66 MJ/viajero-km(1). También, citando a Silvente Ortega, “en las distancias medias, la bicicleta es mucho más rápida”.
 
Por otro lado, desplazarse en bicicleta contribuye a la mejora de la calidad de vida de un modo global. Un ciclista puede equivaler a un vehículo de motor menos, y por lo tanto, a reducir la contaminación atmosférica, que tiene una elevada capacidad de dispersión y no sólo potencia el cambio climático, sino que contiene elementos que provocan efectos negativos sobre la salud pública. El plomo (Pb), cada vez menos presente en ciertos países gracias a gasolinas sin este elemento, afecta al sistema nervioso y la sangre de los seres vivos expuestos y, además, es un contaminante ambiental que se introduce en la cadena trófica y se bioacumula en los tejidos de los animales que lo ingieren. El monóxido de carbono (CO) producido por la combustión incompleta de la gasolina y el diesel, se combina con la hemoglobina de la sangre y limita el transporte de oxígeno. Su exposición permanente causa anemia y falta de oxígeno en las células y tejidos. Los óxidos de nitrógeno (N2O, NO, NO2) producen irritación en las mucosas respiratorias y en los ojos y, en altas concentraciones, pueden inhibir la fotosíntesis de algunas plantas. Otros gases emitidos, combinados con la luz del Sol, producen ozono (O3). Éste componente daña la vegetación y agrava especialmente los efectos de la lluvia ácida.
 
No hay que olvidar la contaminación acústica producida por la combustión de los vehículos a motor. Un coche a 100 km/h emite 100 decibelios (dB). Una calle con tránsito normal, de 65 a 70 dB(1). La OMS recomienda que el nivel de ruido exterior de las casas sea inferior a 55 dB de día y a 44 dB de noche.
 
En relación a la salud y a la calidad de vida personal, si se escoge la bicicleta como medio de transporte habitual, se hará un ejercicio continuo básicamente cardiovascular. Ello aporta, entre otras cosas, la disminución de la presión sanguínea y de la grasa corporal, el mantenimiento de los niveles de glucosa -al estimular la secreción de insulina, lo que aumenta el flujo de sangre y la densidad capilar a los músculos activos-, el aumento de HDL (colesterol bueno), la disminución de LDL (colesterol malo) y el aumento de la eficiencia del corazón y de la función pulmonar.
 
A nivel psicológico, el ejercicio cardiovascular puede reducir la ansiedad, la tensión y la depresión. Todos estos beneficios se combinan para ayudar a prevenir el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
 
En lo referente a la ocupación del suelo, el uso de la bicicleta es un modo de retornar el espacio público urbano al ciudadano. Cuatro vehículos estacionados sin dejar espacio entre ellos (en circulación ocupan más) cubren unos 16m2 de suelo, mientras que cuatro bicicletas ocupan unos 6m2. Desde un punto de vista más de vista más subjetivo, la percepción del paisaje (urbano o no) cambia al ir en bicicleta. Comparándola con el vehículo a motor, la velocidad permite la observación a una escala que se sitúa entre el detalle del peatón (o caminante) y la lejanía del conductor, perdido en la necesaria atención circulatoria o el caos urbano. El ciclista, en cambio, está más en contacto con el entorno: lo oye, lo huele, lo toca. En definitiva, lo vive.
(1) Fuente: Ajuntament de Barcelona, Guies d'Educació Ambiental 3 La Mobilitat Sostenible.

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