La costumbre de algunos de mantener a los extraños, incluso a los propios familiares, lejos de la habitación propia no es un fenómeno exclusivo de los hijos adolescentes. Hay muchos adultos que se sienten incómodos ante la posibilidad de que alguien entre en su habitación a curiosear entre sus objetos personales. Es normal que se quiera mantener la intimidad, pero la duda es si impedir el acceso a esta zona de la casa. Algunos opinan que es más saludable acostumbrarse a vivir con las puertas abiertas al mundo sin dar la sensación de que se tiene algo que ocultar.
La habitación es la parte de la casa donde se lleva a cabo la parte más íntima de nuestra vida. Algunas personas se sienten incómodas cuando en su ausencia se accede sin permiso a ese espacio, porque lo consideran una invasión: por ejemplo, al realizarse tareas de limpieza. Parece importante que todo el mundo disponga de un espacio íntimo donde relajarse, descansar o guardar los objetos que se prefieren mantener alejados de la mirada indiscreta de los demás. Al mismo tiempo, si no se aplica esta regla con cierta flexibilidad, se corre el peligro de vivir obsesionados con proteger la propia intimidad.
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