En relación a la decisión ¿Votar en las elecciones al Parlamento europeo? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

Una de las causas por las que las democracias desfallecen es la indiferencia de los electores. Es un error no participar, por escasas que parezcan las posibilidades de influir. La abstención, aunque se vista de exquisitez, no debiera ser una opción. Siempre hay dónde escoger, al menos lo menos malo.

La Unión Europea es un proyecto de dimensiones casi colosales, una especie de Utopía que, como todas, no siempre ha caído en las mejores manos. Pese a todo, sus diversos balances son inequívocamente positivos y sólo se enfrentan a la continuidad de ese proyecto, lleno de incógnitas como todo lo que es humano e interesante, diversas especies de orates, demagogos y totalitarios de diversas especies. Votar en las elecciones europeas es, además de un derecho que no debiéramos menospreciar, una obligación ciudadana porque nos permite acercarnos a algo que necesita Europa, más cohesión, más democracia, mayor tamaño y acciones conjuntas más eficaces para no resultar una molécula perdida e inútil en un mundo cada vez más amplio y más complejo.
 
Se trata de un camino lento, no libre de paradojas y de retrocesos, y sometido a mil limitaciones que hay que ir sorteando con paciencia y buen tino, pero el proyecto es mejor que sus contrarios y mejor también que una permanencia en nuestra actual escala, una solución que nos condenaría a la irrelevancia y, a la larga, a una especie de extinción política. No es fácil lograr una fórmula nueva de democracia en la que sigan existiendo con una serie muy importante de funciones las viejas naciones, como España, y en la que, al tiempo, se vayan abriendo espacios de mayor democracia directa y una opinión pública de alcance y consistencia supranacional, verdaderamente europea. Se tratará, sin duda de un proceso no de décadas sino de siglos, pero, al menos en mi opinión, es un futuro, a la vez, atractivo e insoslayable.
 
Está claro, pues, que soy un europeísta convencido, que creo que el pasado reciente de Europa ha sido mejor que cualquier otro posible gracias al proceso de integración y que el futuro, que estará siempre en nuestras manos, lo seguirá siendo. En el caso de España, y en la situación actual, votar es, si cabe, una necesidad más perentoria. Son muchos los españoles que se quejan, y no les falta razón, de la esclerosis del actual sistema político, de los abusos de los partidos, del clima de corrupción, y un sinfin de etcéteras similares. Los electores españoles tienden por inercia y en una amplia mayoría, a votar a los dos grandes partidos, de manera que incurren en el error de fomentar lo que critican, y suelen hacerlo por una especie de miedo a cambiar que está fundado en un maniqueísmo que cultivan las grandes fuerzas y que, además, no responde a la realidad, porque en la práctica, tanto el PSOE como el PP ejecutan básicamente las mismas políticas, lo que es especialmente cierto en el caso del actual Gobierno. Todos lo que quieran que cambie este escenario tan monótono y tan escasamente estimulante, un escenario que daña a la idea misma de democracia, tienen en las elecciones europeas una oportunidad de oro para promover, sin ninguna clase de riesgo, el cambio que desean.
 
Los descontentos del bipartidismo, y son millones, pueden darse el gustazo de votar a alguna de las opciones nuevas del panorama político, como Ciudadanos, VOX, UPyD, o Podemos, por mencionar las más significativas de manera que la irrupción con fuerza de esas nuevas opciones, aparte de abrir posibilidades inéditas, obligaría a los grandes a reconsiderar sus estrategias, o eso sería lo lógico, aunque con ciertos políticos nunca se sabe. Mi recomendación es rotunda: hay que votar por el futuro de Europa y, si se piensa que es bueno aprovechar la oportunidad para dar una lección a las fuerzas políticas mayoritarias en España, que se creen los amos y actúan como si lo fueran, habría que votar a los nuevos partidos que surgen al calor de la experiencia de fracaso y decepción de los grandes. Quedarse en casa, puede ser cómodo, pero no parece ni muy inteligente ni muy responsable.

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