En relación a la decisión ¿Creer en el purgatorio? esta es una opinión de Kehl Medard

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Esta es la opinión del experto

El purgatorio no es una etapa intermedia entre cielo e infierno, sino un momento (no temporal) de la acogida en el amor de Dios. Se trata de dejar definitivamente atrás la voluntad de autoafirmación del hombre para abandonarse al amor de Dios.

La «purificación»: descubrimiento de la identidad mediante el amor «catártico» de Dios.
 
La «purificación», o el «purgatorio», se puede también entender como un momento (no temporal) de la acogida en el amor de Dios. No es una etapa intermedia entre cielo e infierno, sino una parte de la consumación positiva.
 
Si el hombre encuentra su identidad plena exclusivamente en su relación con Jesucristo, en nosotros pecadores, significa la separación de lo que es verdad de lo que es error, de lo que es integrable de lo que no lo es.
 
«Dentro de nuestra historia vital vivimos esta contradicción en cada intento de “convertirnos” a la voluntad de Dios. Esta conversión supone siempre un nadar contra la corriente de la mala voluntad, y exige la superación de la resistencia propia y social, algo que va ligado muchas veces a un proceso muy doloroso de desasimiento y purificación» (Pág. 285).
 
En la muerte esta conversión, tiene que integrar el conjunto de la historia vital en la relación con Cristo: se trata del repudio definitivo de la voluntad de autoafirmación del hombre, que no quiere «desligarse» plenamente y «abandonarse» al amor de Dios.
 
Sin embargo no debemos imaginar este «proceso» como un fenómeno dilatado en el tiempo después de la muerte, sino como un aspecto irrenunciable de la intensidad del acontecimiento de consumación que se produce en la muerte de cada individuo.
 
Nos recuerda que vivir y morir con Cristo va acompañado siempre del signo de la cruz, o sea, de la resistencia del pecado humano, de la voluntad de autoafirmación humana contra el amor de Dios, pero también de la superación liberadora de esa resistencia por el amor de Dios.
 
Jesucristo que no cometió pecado, asume, soporta y padece en la cruz la resistencia del pecado de la humanidad, manteniendo la esperanza de Dios Salvador, y así hace de la muerte el lugar de ese amor, y encuentra su plena identidad como Cristo Resucitado.
 
De la misma forma, el hombre pecador, al participar de la muerte y resurrección de Jesús, siente en sí el poder del pecado frente a Dios, que ha de ceder ante el poder superior del amor de Dios salvador y perdonador.
 
Fuente: Kehl, Medard. Escatología. Salamanca: Sígueme, 1992, pag 285-288.

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