En relación a la decisión ¿Conocer mis capacidades antes de decidir qué estudio? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

Pese a que esté muy extendida la tendencia a pensar en que todos somos iguales, confundiendo la igualdad en derechos y dignidad con la igualdad de capacidades y esfuerzos, hay que partir de la base de que, siendo, como somos, muy distintos, tenemos que averiguar en qué podemos ser los mejores.

 
Es un hecho realmente sorprendente el que, pese a compartir una naturaleza y una dotación genética muy similar, los seres humanos somos realmente distintos, que no haya dos personas iguales. Podemos encontrar similitudes, especialmente si hay cercanía genética o comunidad educativa, pero ni existen dos personas idénticas ni existirán nunca, salvo que diéramos vía libre a la espantosa máquina de producir clones humanos.
 
Hay campos en que se hace muy evidente esa diferencia, como cuando se alcanza la excepcionalidad en cualquier dimensión de la vida humana, pero no hay otro remedio que reconocer que la tendencia a la homogeneización y a la igualdad está siendo muy poderosa en las sociedades contemporáneas. Hay miles de mecanismos que lo procuran, que lo imponen, incluso. Guy Debord llamó la atención hace ya bastantes años sobre el hecho de que hoy en día los jóvenes se parezcan mucho más a sus coetáneos que a sus padres, cosa que nunca había sido así. La educación es un potentísimo agente igualador, lo que tiene ciertas ventajas de tipo político o, incluso, moral, pero no carece de inconvenientes.
 
De la misma manera que nuestras capacidades físicas son muy distintas, también lo son nuestras habilidades intelectuales. Cabe afirmar que hay campos, tanto en el terreno físico, como en el intelectual, en los que cada uno de nosotros podría ser el mejor, o tan bueno como el mejor, dejando la disputa sobre la primacía al terreno de la práctica, y si no aprendemos a averiguar cuáles son nuestros específicos dones, perderemos una posibilidad especialmente importante de alcanzar una perfección que nos estaba reservada. Es obvio que esa posibilidad no tiene que ser única, que puede admitir muchas variantes, pero deberíamos reparar en que el fracaso estudiantil y el hastío profesional algo pueden tener que ver con no acertar a escoge lo que más nos convendría, aquello que nos permitirá desarrollar mejor nuestras capacidades innatas.
 
Es pues, importante, descubrir para qué estamos mejor dotados y cultivarlo con intensidad. El gusto, incluso lo que se llama vocación, suele ser un síntoma muy fiable de capacidad, aunque solo sea porque es muy difícil llegar lejos si no se desarrolla lo que Juan Ramón Jiménez llamaba el trabajo gustoso. Una buena educación debería insistir no tanto en la homogeneidad como en ayudar a que cada cual descubra con cierta facilidad que es aquello que le gusta y en qué puede ser especialmente bueno. Es evidente que hay cosas que todos debemos saber, pero seguramente hemos llevado muy lejos el afán por enseñar todo tipo de cosas a todo tipo de personas y sería muy interesante dejar que los jóvenes escogiesen su camino con amplia libertad, sin miedo a equivocarse y a empezar de nuevo. No se trata de negar el esfuerzo como factor necesario para el éxito, pero hay que esforzarse también por acertar a escoge aquellas actividades en las que podamos rendir al máximo y con la mayor satisfacción, algo que solo se logra si conseguimos hacer aquello que nos gusta, aquello para lo que estamos tan bien dotados como cualquiera, quizás mejor dotados que nadie. Es un objetivo que merece la pena perseguir.
Nadie debería confundir este propósito con una especie de programa político a favor de la desigualdad. Se trata, precisamente, de compensar con igualdades sociales, políticas y morales, las desigualdades físicas que puedan resultar insoportables, pero en ningún caso de privarnos de que cada uno de nosotros pueda dar de sí cuanto sea capaz. La diversidad no debiera estar reñida nunca con la igualdad, no lo está de hecho. Pensemos, por ejemplo, en el deporte, un campo en el que, debido a su competitividad, se cuida mucho la diferencia y la especialización, pero eso no impide, sino al contrario, que todos los deportistas alcancen un nivel de perfección, de igualdad, realmente alto, aunque sean profundamente distintos. La marcha del mundo y de la historia nos enfrentan con una diversidad cada vez mayor, cada vez mejor.

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