En relación a la decisión ¿Adherirse a campañas contra la violencia de género? esta es una opinión de Desiré Rodrigo García

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Esta es mi opinión de experto

Es necesario visibilizar, desnaturalizar y erradicar la violencia ejercida contra las mujeres a través de campañas que cuestionen el sistema de género como la base de la violencia estructural contra las mujeres, pero también contra todos los cuerpos encorsetados en unas normas de género.

La violencia de género ocupa diariamente los titulares de los medios de comunicación y tiene un lugar específico dentro de las agendas de los partidos políticos, incluso los mayoritarios. En este sentido, la violencia contra las mujeres ha sufrido un desplazamiento desde el ámbito privado, donde se mantenía oculta en el seno de la pareja, la familia o la comunidad, a un espacio público, donde profesionales de la política y la comunicación se han erigido como dinamizadores especializados de un debate que adquiere diferentes formas: informes, estadísticas, cursos de expertos y campañas de prevención… Este desplazamiento podría ser un efecto esperado por todas las personas que durante años han trabajado por la desnaturalización y la erradicación de este tipo de violencia.

 

Sin embargo, y a pesar de mi posicionamiento positivo respecto a la adhesión a las campañas, creo que merece un análisis detallado que explicite el sujeto de enunciación, el concepto de violencia que se maneja, los objetivos que se persiguen y los efectos de transformación social deseados. Desde mi punto de vista, las campañas contra la violencia de género han ido adquiriendo un matiz más institucionalizado, que está generando una pérdida de la capacidad de transformación social, que tuvieron en otros momentos, cuando estaban más vinculadas a los grupos de mujeres que configuraban, con sus semejanzas y sus diferencias, el movimiento feminista en el Estado Español. Quizás esta institucionalización de las campañas de violencia de género, se ha desarrollado en paralelo a la institucionalización del movimiento feminista, que ha ido cediendo sus espacio de lucha política a las instituciones, a la vez que se constituía como un sujeto político heteronormativo, occidental y burgués, muy ligado o en relación de dependencia con estas instituciones.

 

Por ejemplo, las Comisiones Anti-Agresiones de los años 80, donde la violencia contra las mujeres se situaba en el cuerpo y se reivindicaban temas como el aborto, el derecho al propio cuerpo, a la sexualidad… se convirtieron en los años 90 en espacios más o menos autónomos, pero de carácter asistencial para atender a la víctimas de la violencia, que pasarían años más tarde a ser espacios consolidados, pero en total dependencia de las instituciones. Este cambio es todavía más peligroso en el contexto político actual, donde la crisis se está convirtiendo en excusa (y oportunidad) para recortar las políticas sociales en general y las políticas dirigidas a la promoción de las mujeres en particular. (Muchos ayuntamientos están aglutinando todos sus programas de políticas de igualdad en oficinas de atención integral a la víctima, así en singular). La estrategia política actual responde a la estrecha complicidad existente entre el Estado, el capitalismo y el patriarcado. Los profesionales de la política se han otorgado un lugar privilegiado para abordar la violencia de género y con el altavoz de los medios de comunicación mayoritarios, se nombran defensores de los derechos de las mujeres.

 

Sin embargo, sus campañas se limitan a mostrar un único aspecto de la violencia, el más brutal, el del asesinato, el que ningún gobierno democrático podría defender en sus fronteras. De esta manera, simplifican al máximo una violencia compleja que se manifiesta en muchas dimensiones (física, simbólica, psicológica, sexual, en los conflictos armados…). Este tipo de conceptualización sirve para legitimar un sistema de género que es en sí mismo violento, desde el momento en que sexualiza y generiza los cuerpos y los sujetos, inscribiendo unas normas corporales, de deseo y de comportamiento. Castigando, criminalizando y medicalizando a todos aquellos cuerpos, deseos y prácticas que las contradigan, desplacen o interroguen. Las campañas a las que me adhiero, son las que recuperan ese espacio de lucha feminista, que visibiliza y desnaturaliza la violencia en todas sus dimensiones y cuestiona el sistema de género como su base estructural.

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