En relación a la decisión ¿Buscar pareja por internet? esta es una opinión de José Lázaro

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Esta es mi opinión de experto

Sí, pero protegiéndose cuidadosamente de los riesgos que conlleva la ciberrealidad, especialmente de dos: el fraude ajeno y la fantasía propia.

Se han dado casos de caballeros que, tras meses de tiernos mensajes y apasionados chateos con un dama presuntamente encantadora, descubren tras su dulce nick a un camionero de Mondoñedo. Una viñeta, de estilo inconfundiblemente americano, plasma con claridad este tipo de situaciones nada infrecuentes: una mujer de avanzada edad cuyo aspecto evoca la antilujuria chatea apasionadamente desde una cochambrosa habitación de su casa. En algún lugar del planeta Tierra, un hombre más que maduro cuyo aspecto recuerda a un hipopótamo responde desde un cubículo no menos lúgubre al último mensaje de su interlocutora: “¿Así que eres modelo y tienes 18 añitos? Pues casualmente yo soy actor y me suelen confundir con Brad Pitt…”. Es bastante más interesante el caso de la pareja de cibernautas que, a lo largo de meses de frecuentes chateos cada vez más íntimos y apasionados, llegaron a tener una intensa ciberrelación amorosa. Cuando el primer encuentro personal se hizo inevitable, decidieron sincerarse por completo. Él reconoció que era en realidad una mujer y ella le confesó ser un hombre. El siguiente paso fue una violenta escena de ruptura en la que ambos se acusaron mutuamente de deshonestidad.
Es bien sabido que la fantasía puede proporcionar una pseudosatisfacción compensatoria de las frustraciones reales. Pero a partir de ella pueden ponerse en marcha dos procesos que conducen a desenlaces opuestos. Por un lado, hay fantasías estériles que cumplen su papel consolador a costa de potenciar la tendencia a la introversión del fantaseador, cerrarle todavía más su posibilidad de funcionamiento en el mundo externo y acabar de hundirlo en el aislamiento. Por otra parte, hay fantasías productivas que abren una vía de expresión real, proporcionan un reconocimiento por parte de otros y, con él, las relaciones personales satisfactorias que deseaba el fantaseador.
Algo de eso está ocurriendo entre los buscadores de encuentros con cibercuerpos y ciberalmas. Están, por un lado, los que procuran prolongar el ciberdiálogo pero se niegan rotundamente a cualquier encuentro real (el fóbico social extremo; el enfermo que compensa el tedio de su aislamiento con una vida apasionada que difícilmente podría dejar de ser virtual; el simulador que, asustado por su excesiva diferencia con el personaje que ha elegido interpretar no está dispuesto, en ningún caso, a sacarse la máscara…). Pero hay también otro grupo de usuarios que emplean las páginas de ciberencuentros como el medio idóneo de seleccionar, a través del diálogo, los mejores candidatos para una nueva relación real. El resultado que logran, en el mejor de los casos, puede llegar a parecerse a un happy-end.

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