En relación a la decisión ¿Apoyar campañas contra el racismo? esta es una opinión de Caterine Galaz Valderrama

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Esta es mi opinión de experto

Ya sea por los efectos de la crisis que se pasea por Europa o por la primacía del individualismo; últimamente estamos volviendo a observar actuaciones racistas directas e indirectas. Si se quiere caminar hacia una cohesión social es necesario intervenir.

Hace unos días en Barcelona un grupo de jóvenes que ostentaban símbolos neonazis, golpeó brutalmente a una niña de 14 años de origen indio que tuvo que ser llevada a un hospital; mientras, en Valencia se generaba una polémica por un cartel en el barrio de Russaffa que señalaba abiertamente: “No se alquila a paquistaníes”. Días antes la plantilla del club de fútbol “Milán” abandonó un partido en Italia debido a que la hinchada del equipo contrario no dejaba de gritar insultos racistas contra uno de sus jugadores. En Europa cada vez es más patente el apoyo que reciben los partidos políticos de extrema derecha que no se avergüenzan de rechazar y criticar a personas residentes de origen extranjero, mientras que algunos países como Alemania, Italia, Holanda y Francia endurecen sus políticas migratorias.
 
Muchas personas piensan que estos hechos son consecuencia directa de la crisis que atraviesa el viejo continente y que responden a una desesperada necesidad de buscar “culpables” de la angustiosa situación personal y colectiva. Un “chivo expiatorio” transitorio para descargar las propias ansiedades. Sin embargo, esta idea esconde una trampa: la creencia que si no hubiese crisis este racismo no existiría. Muy por el contrario, el racismo cultural emerge y no tiene pudor de evidenciarse públicamente, porque obedece a uno latente, oculto, implícito no sólo en las personas que lo expresan sino también en la “gente de a pie”, así como en diversas instituciones sociales, políticas, comunicacionales, educativas, judiciales, históricas y en la misma valoración que hacemos de nuestros lugares de referencia. En otras palabras, el racismo explícito -del cual a veces nos enteramos por la prensa- no tiene miedo a manifestarse porque hay un racismo implícito que persiste en la aprehensión que sentimos hacia el “otro” o la “otra” que consideramos “diferente”.
 
De allí, la importancia de los llamados realizados por algunas plataformas antifascistas y antixenófobas, y los llamados de diversas ONG defensoras de los derechos humanos, que intentan encontrar eco, paralelamente, en toda Europa. Actuar contra el racismo (latente y explícito) requiere acciones a todo nivel. Desde dejar la pasividad del sistema legal que mientras plantea mano dura en los flujos migratorios de entrada, poco dice de la convivencia interna y de la proliferación y actuación pública de grupos racistas. Las expresiones de violencia directa o indirecta contra personas de origen extranjero cuestionan los fundamentos de la democracia y de los derechos humanos, por tanto, una comunidad que desea actuar contra el racismo, requiere no ser permisiva ni dar protección ni apoyo a entidades sociales y políticas que hagan llamados directos o indirectos contra personas de otras procedencias. Las leyes antixenófobas deben tener una vinculación legal directa y mediática y una efectividad pública para que la sociedad interiorice una ética de convivencia. Por otro lado, la intervención social contra el racismo y la xenofobia tiene especial importancia en el actual contexto europeo.
 
Si bien el interés mediático ha estado centrado en los hechos más directos de violencia racista, el interés político e institucional debe poner el acento no sólo en la defensa de las personas agredidas, sino también en acciones que desmonten el racismo menos evidente. Se requieren, sin duda, dispositivos de educación y sensibilización constantes en todos los niveles sociales. Hay que apelar a los aspectos no conscientes y a aquellos que no queremos cuestionar: nuestras propias bases de pensamiento y cultura, desde las cuales juzgamos a los otros grupos y personas. En definitiva, cuestionar nuestro etnocentrismo. Para que el racismo latente que modula las conductas racistas no quede intacto, se requiere re-configurar nuestras propias creencias. Recuperar el “sueño europeo” que emergió tras la segunda guerra mundial comienza a ser un imperativo ético, si deseamos mantener una comunidad demo

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