En relación a la decisión ¿Superar el miedo a la soledad? esta es una opinión de Joan Manel García Miranda

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Esta es mi opinión de experto

Uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad occidental es el aislamiento. El aislamiento debe entenderse como un problema de autoconocimiento y, por ende, de libertad. Una libertad que debe nacer in foro interno en los momentos de soledad, que poco tiene que ver con el aislamiento.  

Una de las grandes paradojas del mundo científico y tecnológico en el que vivimos es el aislamiento. Sin embargo, este aislamiento no aparece ex nihilo, ni es ajeno a nuestras coordenadas sociales, psicológicas, intelectuales y espirituales. En mi opinión, el aislamiento  es, esencialmente, un problema de autoconocimiento. Las razones por las que éste se singulariza responden a casuísticas psicológicas complejas. Lo que debemos preguntarnos, desde una perspectiva filosófica, es cómo el mundo de la hipercomunicación, que prometía un desarrollo asintótico de las capacidades autoexpresivas del yo (las redes sociales son el ejemplo paradigmático) han acabado colapsando y desterrando la pregunta por el autoconocimiento. Analizar sucintamente las causas de este colapso puede llevarnos a conclusiones que, como mínimo, invitan al pensamiento.
 
Por un lado, vivimos en la época del Yes we can, cuyo centro gravitatorio es el desarrollo autodirigido del yo. Por otro lado, la presencia total del yo como baluarte de la libertad y la autonomía se ve privada de la acción libre par excellance, la pregunta autorreflexiva, que abre el yo a sus infinitas posibilidades de singularización. En este sentido, basta observar la realidad para darnos cuenta que hemos caído en la "vida del uno". Vivimos la "vida del uno" que predetermina el yo con directrices como: que debe desear, como debe divertirse, que debe comprar, porque debe luchar, inclusive, como debe morir. Estos diques de contención tan estrictos pasan factura a un yo que no se deja extirpar la pregunta que abre el proceso continuo de autosingularización. En términos profundos y más diáfanos, el yo lucha desesperadamente por su libertad porque en ella cifra su propia existencia, su leitmotiv, su raison d'être.
 
Pasando revista a un momento histórico capital en la historia del pensamiento, es curioso que, en los círculos intelectuales, donde tanto se ha demonizado la Ilustración y sus consecuencias, se haya olvidado que una luminaria intelectual como Fichte describía el inicio de la reflexión filosófica como autodeterminación (Tachtandung) libre de la inteligencia sobre sí misma. El problema del aislamiento, desde esta perspectiva, es un problema de libertad; una libertad autodirigida hacia uno mismo. Huelga decir que no hay recetas para este uso de la libertad, sólo el consejo amigo que incita a la valentía. En este sentido, Kant aún tiene razón. Como sociedad occidental, no hemos salido de nuestra autoculpable minoría de edad; Sapere Aude (atrévete a pensar) sigue siendo una máxima en plena vigencia. Sin embargo, estas líneas no son una invitación al pesimismo. El aislamiento descarnado, incluso cruel, puede despertar deseos de comunicación, conocimiento e introspección. Puede operar como una defensa contra "la vida del uno" postulada por la sociedad del Yes we can. En ese sentido, el aislamiento puede alzarse como la antesala de la soledad.
 
El filósofo y teólogo Raimon Panikkar ofrecía la siguiente definición fenomenológica de Dios: "Dios es aquello que rompiendo tu aislamiento, respeta tu soledad". Si substituyen la palabra Dios por la palabra libertad (y Dios es ante todo libertad, luego una experiencia) verán que la frase sigue siendo estimulante. La conclusión a la que llegamos me parece interesante. El problema del aislamiento puede observarse como el miedo a la propia experiencia de la libertad. Por ello, este paso es difícil y a menudo incomprendido. De nuevo la potencia de la sociedad del Yes we can, imponiendo formas estereotipadas de praxis humana, extiende su peculiar velo de maya sobre la propia experiencia de la libertad. Ante ella toca reivindicar el pensamiento, la emoción, la vivencia profunda de la realidad que nos lleva, indefectiblemente, a una vivencia profunda de nosotros mismos.
 

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