En relación a la decisión ¿Hacer una lista de las metas que quiero alcanzar en mi vida? esta es una opinión de José Lázaro

No
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Esta es mi opinión de experto

No, las cosas que realmente importan en la vida no se pueden poner en una lista. Y además lo difícil no es llegar a realizarlas, sino incluso llegar a descubrirlas.

El viejo concepto de “proyecto existencial auténtico” (y el aun más viejo de “vocación”) fueron, hasta cierto punto, arrinconados —en la segunda mitad del siglo XX— por la nueva pujanza que el pensamiento occidental dio al concepto de “deseo”. Pero los tres términos, llenos de matices diferenciales, tiene un núcleo semántico común. Hay un pequeño grupo de seres humanos que parecen haber nacido con una clara conciencia de lo que iban a hacer en la vida: no podemos imaginarnos a Mozart sin música, a Picasso sin pintura o a Nietzsche sin filosofía.
 
En el plano de la creación intelectual o artística el fenómeno es muy claro, pero también se da esa auténtica fuerza vocacional (ese deseo irresistible de ser lo que realmente se es) entre deportistas, políticos o empresarios. No parece que se dé, por el contrario, entre barrenderos, camareros o taquilleras del metro. Ahora bien: junto a ese grupo de privilegiados que tienen claro lo que quieren hacer y lo hacen (porque han logrado armonizar su yo y sus circunstancias), la mayor parte de los seres humanos dan bandazos en medio de circunstancias hostiles que aplastan su yo: presiones paternas, condicionantes familiares, ofertas laborales “que no se pueden rechazar”, tareas tediosas aceptadas “por obligación”, costumbres arcaicas, inercias oscuras, convicciones falsas y espejismos de todo tipo.
 
El resultado es que la mayoría de las personas viven condenadas a lo que llamaban los existencialistas “vidas inauténticas” o “alienadas”, es decir, ajenas a sus aspiraciones más profundas y a su personalidad genuina, que han sido traicionadas por múltiples razones; de hecho, la mayor parte de las veces ni siquiera han llegado a ser reconocidas con claridad. Pero también es frecuente que una persona tenga muy claro lo que querría haber sido, aunque las circunstancias lo impidieron. O bien que acabe descubriendo amargamente el abismo insalvable entre lo mucho que aspiraba a ser y su poca capacidad para llegar a serlo.
 
Pero el primer obstáculo que se opone al logro de las auténticas metas vitales es llegar a ser consciente de ellas. Todos los psicoanalistas viven de escuchar a las personas que han llegado a saber que no saben lo que quieren y pretenden averiguarlo. Y todos los conductistas viven de entrenar a los que creen saber lo que quieren y pretenden adquirir la técnica para lograrlo. Esta última no es una meta fácil de alcanzar (entre otras cosas, precisamente, porque puede apoyarse en la escasa conciencia del deseo verdadero). La primera es radicalmente imposible: no hay ser humano que haya llegado a las raíces más profundas de su deseo, como no hay espeleólogo que haya llegado al centro de la Tierra. Pero el hecho de que la tarea sea infinita no justifica la renuncia a emprenderla y aproximarse (un poco al menos) a la meta inalcanzable.
 
Muchos viven convencidos de que saben lo que quieren, mientras dan palos de ciego en medio de la tinieblas. Otros son conscientes de lo difícil que es conocerse a sí mismo y se esfuerzan por encontrar algo de luz en medio de las tinieblas. Ese magnífico esfuerzo es una de las tareas más hermosas y gratificantes de la vida. Incluso en los casos en que uno se esfuerza en conocerse a sí mismo y acaba por descubrir que no se gusta. También entonces gana. Porque son muchos los que han llegado a un grado más que aceptable de autoconocimiento y realización de su auténtico proyecto, de su íntima vocación, de sus verdaderos deseos. Ningún proyecto merece más la pena que el despliegue genuino del auténtico proyecto personal. Que nada tiene que ver, desde luego, con listas de buenos propósitos ni cartas a los Reyes Magos.

Comentarios
Imagen de Leticia Soberón
Domingo, 15 de Diciembre de 2013 a las 22:15

Al estimado Prof. Lázaro me gustaría decirle que, aunque mucha gente está trabajando en lo que no desea y con numerosas frustraciones, la mayoría tiene metas alcanzables que puede lograr si se decide.

Por ejemplo: ser taquillera del metro y excelente bailarina de salón. O barrendero y campeón de maratones urbanos. O empleado del Ayuntamiento y montañero incansable. O vendedor de informática y campeón de videojuegos on line.

Y como éstas, muchas más: voluntario de Cáritas, héroe del Karaoke, DJ de barrio, madre entregada a un niño con discapacidad, peluquera y acompañadora de personas ancianas...

Hay un montón de pequeñas cosas que pueden llenar la vida de sentido, hacernos vivir con plenitud sin ser Mozart o Ronaldo.

Y tomar conciencia de aquello que podríamos alcanzar y desarrollar, es una buena ayuda para sentirnos en el camino de la vida más plena.

Imagen de Juan Malpartida
Lunes, 16 de Diciembre de 2013 a las 10:41

A mí estas propuestas también me provocan, así que ahí voy. La verdad es que los seres humanos siempre hemos hecho listas de propósitos, parciales, inmediatos o eternos, porque es una forma de fijar nuestros deseos y aspiraciones. Charles Darwin hizo una lista con los pros y los contra del matrimonio, y la salió negativo, pero decidió casarse con su prima, y no le fue mal a ninguno de los dos. Se quisieron. Otros tienen listas secretas: quieren ser genios, campeones de algún deporte, o bien casarse y tener varios hijos, etc. Aspiraciones sencillas o complejas (o ambas). Un hombre del siglo XX, Carlos Castilla del Pino, tuvo desde la adolescencia muy claro lo que quería ser, aunque lo de catedrático de neuropsiquitría lo tuvo más difícil (lo cuenta detalladamente en sus admirables memorias) hasta que Felipe González decidió satisfacer tal empeño. Las listas pueden ser explícitas o implícitas, y de las últimas todos tenemos, aunque a veces no logremos formularlas, porque el deseo (el que tiene que ver con nuestro ser) es infinito. Tópicos: tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro. Ficción: encontrar trabajo... Hay muchos proyectos que tienen sus listas, para el día o para toda la vida (estas no suelen escribirse pero nos escriben), y la verdad es que se suelen parecer mucho todas, porque es más lo que nos une que lo que no separa. El acento está en que cada elección es "nuestra experiencia" y eso nos parece único. Y lo es.

Martes, 17 de Diciembre de 2013 a las 9:03

Muy interesantes opiniones y muy lógicas discrepancias, que en mi opinión se corresponden con muy diferentes niveles de análisis. El profesor Lázaro toca el nivel inconsciente, y ahí seguro que más de una persona "feliz" y aparentemente realizada, con grandes logros en su vida tiene una vida inauténtica, desde el artista hasta el oficinista . La cosa es que a veces la capacidad ó el deseo de introspección juega contra nosotros :rascando la piel siempre aparece una herida.
Las personas menos analíticas, realizarán su deseos materiales plasmados en listas sin bucear más y sufriendo menos.
Yo de momento seguiré haciendo la lista de la compra....

Imagen de José Lázaro
Sábado, 21 de Diciembre de 2013 a las 23:14

Agradezco muy afectuosamente a Leticia Soberón, Juan Malpartida y Carmen Martínez sus estimulantes comentarios: con interlocutores así da gusto seguir dialogando.
Pero claro, los mejores interlocutores no son los que nos dan la razón, sino los que nos ponen objeciones inteligentes.
Pienso que hay dos tipos de trabajos: el que haríamos aunque no nos pagasen y el que sólo hacemos porque nos pagan. Podríamos llamarles, para entendernos, “trabajo creativo” y “trabajo alienado”. Toda mi reflexión inicial se basaba en la diferencia radical entre ellos.
Por desgracia, la inmensa mayor parte de los trabajos reales son del segundo tipo y la inmensa mayor parte de los trabajadores está condenada a ellos. En sus horas libres, desde luego, es maravilloso que una taquillera del metro o un barrendero se conviertan en excelente bailarina de salón, campeón de maratones urbanos, voluntarios de Cáritas o testigos de Jehová: con ello harán sus vidas mucho más gratas, evitarán la frustración de quien no tenga ese tipo de ilusiones y soportarán mejor el tipo de trabajo que les ha tocado en (mala) suerte.
Las sociedades (históricamente escasas) que permiten y apoyan ese tipo de gratificaciones a las personas que no tienen más remedio que trabajar (porque no han conseguido el raro privilegio de que les paguen por hacer lo que les gusta) son sin duda las más civilizadas y admirables de cuantas ha ensayado la especie humana. En mi opinión, hay que hacer todo lo posible para apoyarlas.

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