En relación a la decisión ¿Apoyar la intervención armada de países extranjeros en conflictos bélicos internos? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

La cuestión se reduce a la siguiente: ¿se puede crear un orden internacional justo sobre la base de que las naciones respeten los derechos humanos y civiles? Si la respuesta es positiva, como creo que debe ser, entonces será lícita la intervención de fuerzas externas en según qué casos.

En realidad, la analogía con el Estado, que puede ser engañosa, también ilumina ciertos aspectos de la cuestión. Creo que nadie dudaría de que la fuerza pública puede intervenir para mediar, remediar y anular un conflicto armado entre civiles en el seno de un determinado orden constitucional. El problema está en que en el orden internacional nunca está tan claro, como sí lo está en el interior de los Estados y más cuando sean democráticos, en qué ocasiones pueda ser lícita la intervención de la fuerza para evitar la rebelión, la vuelta a la guerra (bellum) en el seno de una comunidad.
 
Pero siendo esto así, debiera ser claro que lo deseable sería que se fuesen creando las instituciones capaces de imponer ese orden cuando las razones sean lo suficientemente obvias a los ojos de una opinión pública bien informada y de los expertos y analistas de esas mismas instituciones que han de velar por el orden internacional y el respeto a los derechos humanos. No haber evitado las matanzas raciales, o no ser capaces de impedir las limpiezas étnicas no deben ser motivo de orgullo para la comunidad internacional. Del mismo modo, cuando un Gobierno gasea a parte de sus nacionales, o pisotea sus derechos, debiera existir un procedimiento claro de intervención inmediata que, entre otras, tendría la virtud de evitar que estadistas poco escrupulosos decidan ejercer acciones absolutamente intolerables en contra de su población. Éste es el argumento en su forma más simple, si lo entiendo bien, y aunque su aplicación práctica no sea nada fácil, y se pueda sospechar que se confunde esa doctrina con el cultivo de intereses de las grandes potencias, o que sólo se aplicaría cuando el problema existiese en una potencia menor, esos hechos no invalidan la corrección moral, si es que la tiene, del argumento general.
 
En particular, me parece que no es demasiado sutil la oposición a la guerra por la guerra, perfectamente defendible en un mundo de ángeles, pero raramente aplicable a un mundo en el que la violencia injusta e indiscriminada está a la orden del día. Cómo aplicar esta clase de acciones e intervenciones es cuestión de cada caso y dependerá de un análisis prudencial, pero sería un error confundir la dificultad de su aplicación con una negativa de principio. Un mundo en el que haya la posibilidad de que naciones con una idea más alta y seria de los derechos civiles puedan intervenir para evitar masacres, violaciones y toda clase de abusos de gobiernos despóticos es sin duda un mundo mejor que un mundo en el que eso sea imposible.
 
Lo que tenemos por delante es construir las instituciones internacionales que sean capaces de dar legitimidad y fiabilidad a ese tipo de misiones, pero, mientras tanto, cabe un entendimiento gradualista del asunto principal, porque, en caso contrario, estaríamos dando carta blanca a genocidas, gaseadores y otras especies de gobernantes igualmente peligrosas, que siempre tendrán el mínimo de habilidad retórica para tratar de convencer a las naciones temerosas de mezclarse en asuntos bélicos que ellos no han sido los gaseadores de civiles o que sus acciones se limitan a combatir el terrorismo. Es muy difícil acertar, pero, al menos debiéramos tener clara la fórmula, a saber, que sí puede ser legítima una intervención militar en un país extranjero para evitar que se cometan crímenes contra la humanidad y, de paso, para evitar que pueda cundir el ejemplo. Las guerras tienen, justamente, mala fama, pero es muy probable que el mundo fuese peor de lo que es si alguna de ellas no hubiese existido, si no se hubiese frenado a Hitler, por ejemplo, o si se hubiese consentido que Saddam Hussein se anexionase Kuwait y tratase de eliminar del mapa cualquier esto de poder que no le estuviere sometido. Al hacerlo se pueden cometer errores, pero la inacción puede ser un error mucho más grave, un error revestido de hipocresía pacifista y acomodaticia. La justicia no siempre es incompatible con la fuerza, a veces lo exige.

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