En relación a la decisión ¿Aprender de la historia? esta es una opinión de José Luis González Quirós

Imagen de José Luis González Quirós

Esta es mi opinión de experto

La experiencia es el nombre que tiene la historia cuando no tiene un rango colectivo, sino individual. No es que podamos aprender de la historia, sino que sólo podemos aprender de ella. Lo que ocurre es que no es fácil explicar qué es la historia y cómo debemos, si es que debemos, aprender de ella.

La palabra “historia” está llena de trampas. Con ella aludimos a lo que fue, en primer lugar; a lo que siendo tiene un rango especialmente importante, cuando calificamos un acontecimiento presente como histórico, pero, sobre todo, a lo que nos cuentan y contamos sobre lo que fue, a una narración que es absolutamente imposible que coincida con la totalidad del pasado, algo mucho más amplio y complejo de lo que nadie pueda contar. Si hablamos de lo pasado como la memoria y la experiencia colectiva, lo que queda de lo que fue, es evidente que esa es nuestra fuente principal de conocimientos. La ciencia no existiría sin la historia que la creó, por ejemplo.
 
La cultura, en cualquiera de sus sentidos, es heredera de la historia. La religión misma suele considerarse como una historia de salvación. En este sentido, pues, la historia es no solo una fuente de conocimiento, sino la fuente esencial. Ahora bien, en un sentido más corriente, hablar de historia se refiere no tanto al pasado mismo como a las narraciones más o menos canónicas que nos llegan del mismo. Esas “historias”, dejando de lado el asunto de su objetividad, tienen un carácter moral, paradigmático, se escriben para enseñar algo. Rizando el rizo, se podría decir que la historia del pasado se escribe para determinar el futuro, para decirnos cómo tenemos que ser. Es verdad que éste o el otro estudio histórico puede quedar aparentemente ajeno a esa función, pero sería un error dejar de ver lo esencial, el efecto de conjunto. De hecho, la historia aparece en Grecia como género literario justo en el momento en que los griegos sienten un especial orgullo de serlo, como una manera de explicarse lo que los griegos son.
Nunca se escribiría historia si no hubiese detrás de ese proyecto un deseo de enseñar, de mover a reflexión, de sentar criterios, de codificar experiencias. Sería igualmente insensato no comprender que ese gigantesco esfuerzo intelectual que hacen los historiadores y sostienen las Academias, las Universidades, las Sociedades, responde a un deliberado esfuerzo de autocomprensión. No debe extrañar, por tanto, la muy estrecha relación de la historia con la política, porque de la idea que nos hacemos sobre nuestra identidad presente y pasada se deducen enormes consecuencias de presente y de futuro. Detrás de toda historia hay, por tanto, un enorme rimero de cuestiones acerca de la verdad, acerca de qué ocurrió, qué significado tuvo y tiene, qué nos enseña y aconseja, quiénes somos nosotros como herederos de quienes hicieron aquello que estudiamos y cuáles son las razones por las que analizamos esos procesos y no otros que seguramente podríamos escoger.
 
Cualquier forma de historia es, pues, parte de un proceso general de explicación de la vida humana del que no nos queda otro remedio que aprender. El problema más importante respecto a eso que tenemos que aprender es el de la objetividad, que no es sino una consecuencia más de nuestra ignorancia esencial acerca de quiénes somos, de nuestra sorprendente libertad intelectual para concebirnos de una u otra manera, como hijos de Dios o como criaturas del azar, como seres libres o como artefactos neurales sometidos a una causalidad incoercible. Con esto quiero decir que el tipo de historia que se hace y que se consume depende muy estrechamente del tipo de persona que se es. No es lo mismo la persona comprometida con una búsqueda sin término, por emplear la expresión de Popper, que el convencido de que nada tiene que aprender porque ya sabe lo esencial, sea por la vía que fuere. En cualquier caso, no hay una historia, sino mil, porque aunque la realidad sea siempre la que es y la que ha sido, no nos es dado captarla en su mismidad, de una manera definitiva, y tenemos que comprenderla paso a paso, ángulo a ángulo. ¿Equivale esto a negar que haya, por inaccesible que fuere, una realidad histórica objetiva? De ningún modo, eso sería tanto como negar, sin más, la posibilidad de saber, confundir la historia con la mentira.

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