En relación a la decisión ¿Hablar sobre la homosexualidad con mis hijos? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Imagen de José Luis González Quirós

Esta es mi opinión de experto

No comparto la idea de que los padres deban hablar de todo con sus hijos, si por eso se entiende que tienen un derecho o, peor, una obligación de tratar de que sus hijos asuman criterios, creencias y actitudes similares a los suyos o congruentes con ellos. Los padres no están para adoctrinar.

 
Los padres tienen algo más importante que hacer que dar opiniones a sus hijos. Tienen que mantenerlos, enseñarles a vivir conforme a principios exigentes y, sobre todo, deben procurar ser ejemplares, no hacer lo contrario de lo que creen o dicen creer. Los hijos no son apéndices o delegaciones de los padres sino personas en formación, seres que han de adquirir plena libertad de juicio y de conducta, y los padres deben procurar que sus actuaciones y, en menor medida, sus consejos, les ayuden a acertar en la aventura que siempre es la vida de cada cual. Tras la idea de que hablando con alguien se consigue convencerle de lo que pensamos hay un optimismo tan infundado como peligroso.
 
Si esto es verdad en general, lo es más en lo que se refiere a padres e hijos, como es fácil comprobar. Pero también lo es, y con mayor motivo, ante cuestiones en las que no es fácil pretender estar en posesión de la verdad más cierta, honda y humana, y la cuestión de la homosexualidad es un caso claramente problemático para enjuiciar de manera sumaria, sin que eso suponga discutir el derecho de cada cual a juzgar sobre el asunto según sus luces y criterios: lo único que pretendo afirmar es que no se trata de un asunto en el que resulte imprescindible el criterio paterno para que se pueda afrontar razonablemente la tarea de tener una opinión o actitud al respecto.
 
Entiéndase bien, no estoy negando que haya que educar en la comprensión y el respeto hacia los homosexuales, lo que no veo claro es que haya que hacer con estas personas un caso especial, sin negar que, sobre todo en el pasado, estas personas hayan sido tratados con enorme frecuencia de manera vejatoria. Hay que ser comprensivos y respetuosos con los homosexuales y con los heterosexuales, faltaría más. Pero no creo que los padres como tales tengan ninguna clave especial para tratar esta cuestión, y tampoco creo que, de faltar esa orientación, supuestamente esencial, los hijos se vayan a ver desasistidos de una ayuda imprescindible.
 
La homosexualidad es algo ante lo que caben respuestas muy diversas, incluso, excluyendo, como parece lógico, las respuestas viscerales, homófobas o inadecuadas por una u otra razón. No parece un ejemplo especialmente claro de campo en el que se haga precisa la orientación paterna, ni creo que sea razonable suponer que la humanidad se haya de guiar en esta cuestión por criterios recibidos de generaciones anteriores a la nuestra. Por lo demás, cuando se tropeza uno con alguna de estas personas y se cae en la cuenta de su condición, suele ser un poco tarde como para hacerse preguntas sonbre qué opinarán los padres al respecto y es bastante fácil que se reaccione de manera harto independiente a cualquier consejo u opinión recibida sobre el tema.
 
La vida nos plantea a todos cuestiones que pueden resultar difíciles de abordar, ambiguas, equívocas o conflictivas, y la de la homosexualidad no es el mejor ejemplo posible para negar esto. Entiendo que los padres deben tratar de que sus hijos crezcan cultivando virtudes morales y ciudadanas y que en ese menester su papel es completamente intransferible, es algo que no se puede hacer con facilidad fuera de la familia, o de instituciones que ejerzan esas funciones por delegación, o en caso de necesidad. Esto no implica dar a los hijos un repertorio completo de respuestas frente a todos los problemas posibles , sino, por el contrario, fortalecer su capacidad intelectual y moral de plantearse los problemas con serenidad, de enjuiciar las conductas humanas con comprensión y de no perder los nervios frente a cuestiones que parecen desafiar a los conceptos más comunes. Tampoco pretendo negar que se un tema de posible conversación entre padres e hijos, seguramente con diferencias de opinión no homologables ni por la edad ni por el parentesco, pero me parece evidente que no forma parte del repertorio de obligaciones específicas que, a priori, tengan que cumplir unos padres responsables.

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