En relación a la decisión ¿Mostrar las imágenes y detalles de hechos violentos? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Imagen de José Luis González Quirós
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Esta es mi opinión de experto

En nuestra cultura existe una obvia tendencia a sobrevalorar las imágenes, que es la otra cara de la tendencia a huir de las ideas, del pensamiento racional, abstracto, del diálogo discursivo. En mi opinión, la muestra de signos de violencia aparatosos sirve, a la larga, para insensibilizar.

Es cierto que nuestra moral se alimenta de sensaciones y de sentimientos y que los hechos violentos son desagradables, y mostrarlos como tales pueden servir para fortalecer el rechazo que se pueda sentir hacia ellos, y, en consecuencia, hacia las causas que los originan. En este sentido, es evidente que las imágenes de, por ejemplo, la guerra, se vienen utilizando desde hace mucho tiempo como armas en el conflicto. Así McLuhan afirmó, a mi modo de ver acertadamente, que la guerra de Vietnam la perdieron los EEUU en los aparatos de TV instalados en los salones de los hogares americanos.
 
En este aspecto se podría defender el uso de imágenes violentas y se comprende el esfuerzo de los ejércitos en guerra por evitar que los reporteros las capten en toda su crudeza. Sin embargo, por fortuna, no siempre estamos en guerra y hay otras muchas formas cotidianas de violencia que suelen asomarse a los medios informativos por su espectacularidad, su tremendismo y el morbo que provocan. Como esto se ha convertido en un espectáculo cotidiano, cabe pensar que esas imágenes han perdido gran parte de su poder, si es que en realidad lo han tenido, para inspirar rechazo, de modo que no habría ninguna excusa moral para emplearlas como elemento informativo primario.
 
Cabe sostener, por el contrario, que la evitación de esas imágenes cotidianas, mantenga un cierto grado de sensibilización que permita el rechazo de la violencia, sin necesidad de que cada día tengamos que ser informados, mediante espectaculares imágenes de primer plano, del estado en que quedo una persona asesinada, una mujer violada o un niño maltratado. Lo mismo cabe decir, creo yo, de las víctimas de accidentes de circulación y de un sinnúmero de accidentes laborales y de todo tipo que cada día acceden a las páginas de la prensa o a las pantallas de la TV o el PC. La violencia va a seguir existiendo, con toda probabilidad, tanto si informamos de ella con imágenes realistas, como si la tratamos de manera más pudibunda, pero no está claro que en la tarea de fortalecer las convicciones morales, los hábitos sociales y las instituciones públicas capaces de minimizar el empleo de la violencia precisen que los resultados de ésta se exhiban con el realismo de una casquería.
 
La cultura solo existe cuando tenemos algo que ocultar, por eso no estamos habitualmente desnudos, no expresamos a cualquiera nuestros sentimientos o no comunicamos con descaro nuestras opiniones y valores. Hay un valor que es el respeto a la intimidad que está profundamente relacionado con el progreso humano y que a veces parece que pudiera ponerse en riesgo si hacemos caso a los profetas de la información sin límites. Se trata de un absurdo porque toda información se basa, precisamente, en una serie de límites y convenciones, en un lenguaje, y lo que hay que hacer es promover una cultura de la no violencia, del respeto, del aprecio a la intimidad y el pudor, de manera que basta con considerar las escasas ganas que uno tendría de ver el cuerpo maltratado de un familiar o una persona amiga expuesto a la pública curiosidad para comprender que hemos de admitir alguna clase de límites en el supuesto derecho a informarse de los ciudadanos para distinguir este importante derecho de la explotación del morbo, el sensacionalismo y la humillación de las víctimas. Hay casos en que puede ser justificable la excepción, pero entiendo que deben ser contados. Las víctimas y sus familiares tienen derecho a preservar su intimidad de miradas ajenas e impersonales, derecho a no verse convertidos en pasto del morbo colectivo. A los Reyes no les gusta que se les retrate comiendo, y eso que comer es una actividad perfectamente inocente y cotidiana, pero una fotografía de ese tipo subrayaría lo que un Rey tiene de vulgar, de no-rey, precisamente. Me parece que eso es exactamente lo que pasa con las imágenes de violencia, que, pese a su valor informativo, contribuyen a degradar la condición personal de los retratados, los cosifica.

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