En relación a la decisión ¿Promover mecanismos que permitan destituir a los políticos que no cumplan? esta es una opinión de José Luis González Quirós

No
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Esta es mi opinión de experto

Mi NO es para que haya debate y mejor información, más que de un NO de fondo. Comparto lo que ha escrito en sentido contrario el profesor Lázaro, pero trataré de argumentar de manera algo diferente para mostrar otros aspectos del debate en cuestión. El mecanismo es la democracia, y hay que afinarlo.

Popper puso en la destituibilidad pacífica de los gobiernos la esencia misma de la democracia, y creo que se trata de un buen criterio, de manera que habría que concluir que si no se puede destituir, pacíficamente, a quien no hace lo que le pide la mayoría de los ciudadanos, entonces no hay democracia. Claro es que, en la práctica, las cosas son ligeramente más complicadas. Muchas veces los Gobiernos tienen que hacer cosas, o eso dicen, que sólo obtendrán el beneplácito de la mayoría una vez que den sus frutos y que producen el descontento general cuando se está en el proceso. Esto, que muchas veces a penas es más que una disculpa, liga a los políticos con los plazos cortos, e impide que se puedan acometer proyectos ambiciosos, de fondo y de largo plazo. El político, en una democracia, se siente en precario, y así debe ser.
 
Lo que hay que preguntarse es cómo pude ocurrir que el político llegue a controlar de tal modo los mecanismo del poder que pueda llegar a prescindir, por ejemplo, del mandato electoral, del respeto a la ley o a la Constitución, de la práctica de principios esenciales en la democracia, como el respeto a la pluralidad, la libertad política, la división de poderes u otros igualmente esenciales. ¿Cómo puede suceder este tipo de cosas? Pues sucede cuando los poderes buscan únicamente una legitimación electoral y pretenden luego que esa legitimación se extienda, de manera más o menos mágica, a cada una de sus decisiones, pretendiendo algo así como la infalibilidad política, y tratando de asegurarse por toda clase de medios la obediencia y la disciplina de propios y extraños. Aquí es cuando se produce efectivamente la negación de la democracia, cuando se reduce únicamente a un proceso electoral de legitimación, olvidando y reprimiendo los cauces de participación, el debate político, la diversidad de intereses, el pluralismo interno de las fuerzas políticas, el uniformismo social. Lo lógico es que a quien actúe así se le acabe retirando la confianza, se le destituya, no se le renueve el mandato electoral, pero el hecho es que los poderes políticos tienen muchos mimbres de carácter técnico y de carácter puramente administrativo y económico para forzar la sumisión de los ciudadanos. La democracia se pervierte al convertirse en un proceso en el que el de arriba impone sus soluciones a los de abajo en lugar se ser un proceso que permita que lleguen arriba las personas que cuentan con el apoyo y las soluciones que se prefiere desde abajo. El único remedio contra esta clase de perversiones se llama participación, ejercer de manera continua la libertad política, ser capaz de votar en cada momento a quien más lo merezca, sin dogmatismos, sin sectarismos, ejercer de manera continuada el pensamiento crítico sin limitarse a repetir consignas, tópicos, verdades de recetario o de “argumentarlo”, que es el nombre con el que los partidos designan a las respuestas estereotipadas que tratan de imponer a sus cargos y militantes para mejor combatir al adversario. Sin embargo, en democracia el único adversario real no es el rival, sino el que con su conducta niega las bases del sistema el que, finalmente, piensa que tiene el poder por méritos propios, por razones que van más allá de la voluntad de los ciudadanos. Es en estas circunstancias cuando los políticos pueden llegar a creer que su obligación es cumplir sus deseos, trabajar únicamente para lograr su perpetuación, aunque sea al precio de corromper el buen funcionamiento de las instituciones democráticas o de olvidar el fundamento mismo de una democracia liberal. Se trata, como es obvio, de un proceso de subversión de la democracia misma, y puede ocurrir cuando los ciudadanos se descuidan y lo consienten, cuando la democracia, en lugar de ser una escuela de virtud cívica, se convierte en refugio de la corrupción, en un mero pacto de poderosos, de la política y del dinero, en un edifico en el que reina la mentira y la manipulación y se proscribe la libertad y la decencia.

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