En relación a la decisión ¿Promover un mundo sin religiones? esta es una opinión de José Luis González Quirós
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José Luis González Quirós
- Filósofo y analista político
Esta es mi opinión de experto
Aunque no han sido siempre completamente buenas, las religiones han aportado al mundo más de bueno que de malo, pero sobre todo, creo que no tiene sentido perseguir a nadie por sus creencias y no veo cómo podría lucharse por un mundo sin religiones sin afrentar a los creyentes tomándoles por necios.
Las religiones no son realidades que puedan reunirse fácilmente bajo una unidad, salvo que se haga negativamente, que es lo que ahora está bastante de moda. Se parte del supuesto de que las religiones son falsas y perniciosas y, en consecuencia, se propone su eliminación, como si se tratase de exterminar alguna enfermedad que lo permita o de extender la paz universal. Creo que esa actitud parte de un punto de vista extremadamente estrecho y sumamente peligroso. Estrecho en primer lugar porque no nos es dado vivir sin creencias y las religiones son parte de esas creencias que no se pueden abolir ara poner en su lugar algo mejor. Los que creen que las religiones son pura y simplemente falsas debieran esperar tranquilamente a que la gente deje de creer en ellas como, por lo general, se ha dejado de creer en que la Tierra sea plana o que sea imposible sintetizar productos puramente naturales. Bastaría, pues, con confiar en que el progreso de la inteligencia humana acabe con ellas y, en cualquier caso, habría que tener paciencia con los que se obstinen en creer cosas extrañas.
Yo no creo que ese sea el caso de la religión, pero creo que los que sí lo crean deberían esperar tranquilamente a ver cómo pasa por delante de la puerta el cadáver de su enemigo. Si, por el contrario, las religiones expresan algo que no se puede reducir a un esquema simple de verdadero/falso, que está más allá de cualquier certeza, razón de más para tenerlas un respeto moral e intelectual. Peligroso, en segundo lugar, porque quien pretenda estar en el derecho de dictar las creencias que deben profesarse y las que deben abandonarse, ha de creerse en posesión de algún saber superior que, francamente, no consigo comprender, y de un derecho muy peculiar que no hay manera de entender qué fundamento pueda tener. Hoy en día hay muchos que suponen que ese saber lo da la ciencia, sin más, y que ese derecho se fundamenta, más o menos en lo mismo, en el derecho que tienen los sabios a enseñar a los necios. Ahora bien, es un poco fuerte suponer que ese fundamento esté en la ciencia misma, aunque no sea nada más que porque el número de los buenos científicos que son, al tiempo, personas religiosas es suficientemente significativo.
No pretendo fundar en esta afirmación ningún argumento apologético a favor de la verdad de la religión, sino algo más sencillo, a saber, que probablemente quienes creen que la ciencia excluye la religión profesan una creencia muy discutible y que esa creencia que profesan es perfectamente distinguible de la ciencia que dicen poseer. Aquellos que convierten a la ciencia en una religión o en una metafísica están abusando de la credulidad de los crédulos, porque la ciencia no es eso sino una actitud muy decidida y crítica empeñada en no aceptar explicaciones sin poder comprobar su validez, y es evidente que la afirmación de que la ciencia excluye a la religión es una petición de principio, un dogma como otro cualquiera. Tan evidente es que no se puede probar la verdad de ninguna religión como que no se puede comprobar la falsedad de ninguna de ellas.
Se trata de creencias muchas veces más fundadas en el corazón y en la tradición que en ninguna evidencia especial, pero es que las creencias son así, y qué se le va a hacer. las religiones expresan un hecho fundamental, la vida humana no tiene sentido si no se le da, o si no se le reconoce, como dirá algún creyente, pero no se puede definir de forma estrecha las maneras de dar sentido que son admisibles y las que no lo son. La religión expresa una esperanza y un sentimiento, tanto o más que afirma supuestas verdades, y nadie puede limitar aquello que podemos esperar o que podemos sentir. La libertad de conciencia es el fundamento último de toda religión, y si se combate ese principio, nadie sabe en qué podríamos acabar, ahí está el peligro, no en ninguna verdadera ilustración frente a la que quien sea creyente nada tiene que temer, precisamente porque toda religión lleva a amar la verdad.
