En relación a la decisión ¿Enseñar a los niños a gestionar el deseo y el orgullo? esta es una opinión de Juan Malpartida

Imagen de Juan Malpartida

Esta es mi opinión de experto

Cuando el niño dice: "Quiero algo" (más allá de comer, o beber) lo dice en un mundo que ya ha imaginado y elaborado antes que él, así que no podrá hacer otra cosas que formar parte del batiburrilllo de los deseos conformado por los milenios, en los que quizás pueda encontrar y perfilar su identidad.

    Creo que de una forma o de otra todos influimos en la gestión del deseo de los otros y más en la infancia -tema de Carmen Martínez-. Quisiera apuntar algunas cosas de tipo general. ¿Qué es el deseo?  Spinoza lo hace coincidir con la naturaleza misma del ser humano. Y en la cosmogonía hindú forma parte del origen del universo. A diferencia del mundo animal, nuestro deseo es algo más que apetito, hasta el punto de que no se sacia en nada ni podría saciarse, porque significaría el fin de la vida mental. Somos en cuanto que deseamos. Nada se parece más a la muerte para una persona que el hecho de no desear. Desear es querer ser, proyectarse, imaginar e imaginarse.
 
El deseo nos lleva siempre más allá de nosotros mismos, amplía nuestras fronteras al tiempo que las inventa. Desde un inicio, sea este antropológico o biográfico, el ser humano es un insatisfecho, un inacabado: su naturaleza no termina de coincidir con ella misma. Hablar, darle forma a una piedra para convertirla en instrumento, trazar unos signos sobre el suelo, en la pared de la cueva o en un hueso, son actos iniciados por un conjunto de inquietudes e impulsos, sin duda, pero en en el centro de ellos late el deseo, una fuerza que nos lleva hacia fuera, sea este afuera espacial o temporal, o ambas cosas. No es salir del tiempo, sino representárselo. El deseo se proyecta y nos proyecta en el futuro, es un arco que al desplegarse contiene parte de la respuesta pero nunca la sabremos si no nos lanzamos junto con la flecha, en su consecución. Cada repuesta abre una nueva o la misma pregunta. Criaturas de tiempo, marcadas por una peculiar conciencia de la temporalidad, estamos empujados a desplegar nuestro ser en el tiempo. No algo previo del todo, nunca la circularidad apetito/satisfacción, sino una errancia que sólo se detiene, a veces, en la contemplación: en ese límite del lenguaje.
 
     Los budistas pensaron que el deseo forma parte de una cadena (sansara), madre de espejismos. Todo lo condicionado es deficiente, carece de verdadera substancia, y el deseo está fuertemente encadenado a su objeto. Liberarse es, entre otras cosas, desprenderse del deseo, incluso del deseo de desprenderse del deseo: vacuidad vacía de sí. Sólo de esta manera alcazaremos el saber y la visión recta. Los estoicos, más o menos por la misma época, no estuvieron en contra del deseo, pero lo sometieron a la razón, que es lo universal. Los epicúreos pusieron un poco de sal en esto y fueron de la filosofía al jardín: saber es saber vivir. ¿Y qué ocurre con la infancia, a la que con competencia se refiere Carmen Martínez? El tema merece la aportación de especialistas, no de un curiosón como yo.

     Aunque hay niños mal criados, no creo que el deseo tenga mucho que ver con la abundancia y la carencia. Un niño vive en una etapa distinta que un adulto, es cierto, pero desde el punto de vista ontológico que he sugerido (quiero decir: en esta definición de la persona, del ser humano) es lo mismo, sólo que en una etapa cultural distinta. Una vez dotado de lenguaje, el niño comienza a multiplicar su deseo de manera más veloz, porque el lenguaje es el instrumento (y el producto a un tiempo) que mejor lo articula. Adelantarse a los deseo de los niños es quizás poco educativo, como lo es adelantarnos a lo que otro va a decir, busca decir, le gustaría decir. Ahora bien: es que todo niño se encuentra con que ya se han adelantado a sus posibles deseos..., porque nace en un medio no conformado por él.
Todo niño desea dentro de una o varias culturas de una sociedad y sus objetos y relaciones, de una lengua. Cuando el niño de tres años dice: "Quiero algo" (más allá de comer, o beber, o hacer pis) lo dice en un mundo que ya ha deseado, imaginado y elaborado antes que él, así que no podrá hacer otra cosas (salvo que lo crien los lobos en el bosque) que formar parte del batiburrilllo, a veces lúcido, de los deseos conformados por los milenios, en los que quizás pueda encontrar y perfilar su identidad.

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