En relación a la decisión ¿Leer a Alejo Carpentier? esta es una opinión de Juan Malpartida

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Carpentier tuvo el espíritu y la cultura de un historiador, pero la sensibilidad de un músico aplicada al lenguaje de un narrador. Teorizó sobre la poética de la novela y eligió un lenguaje barroco para designar el desenvolvimiento de unas vidas que consideraba barrocas en sí mismas.

      El escritor cubano Alejo Carpentier nació en Lausana (Suiza) en 1904 y murió en París en 1980. De padre francés y madre de origen ruso criada en Suiza, el autor de El recurso del método vivió su infancia y juventud en Cuba, y desde sus primeros escritos reivindicó la identidad y el imaginario caribeño: la mezcolanza del mundo indígena, afrocubano y europeo. Su temprano contacto con los muralistas mexicanos e, inmediatamente, con el surrealismo, otorgó a su obra un impulso de búsqueda social atenta a las exploraciones verbales e imaginativas más exigentes. Educado en un mundo familiar amante de la música, Carpentier, además de tocar el piano, llegó a componer, pero sobre todo fue un musicólogo erudito y sensible, atento tanto a la música popular como al desarrollo que va de las polifonías renacentistas a Stravinski. Su llegada a París en 1928 fue determinante en su formación.
 
Aunque no participó en el grupo surrealista, vivió de cerca su atmósfera gracias a su amistad con Robert Desnos, quien en esa fecha se había distanciado de Breton. En plena eclosión del surrealismo, de la música sinfónica vanguardista y de las artes plásticas más innovadoras, Carpentier lleva a cabo una gran actividad periodística paralela a la escritura de novelas y cuentos. Tras alguna visita a España, en la que entró en contacto con los escritores de la generación del 27, vuelve a Cuba en 1939, y en 1943 realiza un viaje a Haití, origen de su novela El reino de este mundo (1949), en la que lo racional y lo fantástico (lo que acabaría denominándose realismo mágico) de desarrollan junto a una épica de la emancipación, tema de muchas de sus obras.
 
Desde 1945 a 1959 vivió en Caracas trabajando en una empresa de publicidad. En este país realiza otro viaje significativo, en este caso por la ruta del Orinoco, origen de su, tal vez, novela más hermosa y clave en la historia del género en América Latina: Los pasos perdidos (1953). Antes de llegar a la Cuba de Fidel Castro, a cuya revolución se sumó con entusiasmo, Carpentier había publicado un importante libro sobre La música en Cuba (1946) y había escrito la novela El siglo de las luces, que no publicó hasta 1964. En 1966, tras ser destituido como director de la Editora Nacional, fue enviado como consejero de la embajada de su país a París, donde vivió hasta el final de su vida.
 
      Carpentier tuvo el espíritu y la cultura de un historiador, pero la sensibilidad de un músico aplicada al lenguaje de un narrador. Teorizó sobre la poética de la novela postulando que los escritores latinoamericanos debían llevar a cabo y eligió un lenguaje barroco para designar el desenvolvimiento de unas vidas que consideraba barrocas en sí mismas. Le obsesionaba la historia de Europa que se inicia en el siglo XVIII: el espíritu ilustrado e independentista y la suerte que estas ideas corrieron en la emancipación de los pueblos americanos.
 
La tensión, a veces diálogo espejeante, entre cultura y naturaleza, entre lo originario y la historia, es el tema de Los pasos perdidos, pero también de gran parte de su mundo imaginario e ideológico. Como cuentista, debemos recordar el “Viaje a la semilla” (1944), una pequeña obra maestra, piedra de toque de toda una literatura inspirada en la poética de “lo real maravilloso”. Para Carpentier, la literatura tiene por cometido dar cuenta de la realidad, y en su caso adoptó un lenguaje de una asombrosa riqueza léxica alimentado por el deseo tentacular de dar fe de las pasiones en la espiral alucinada de la Historia.

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