En relación a la decisión ¿Leer 'Celo de Dios', de Peter Sloterdijk? esta es una opinión de Juan Malpartida

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Esta es mi opinión de experto

        Lo que Sloterdijk persigue es sin duda una crítica del monarca suprematista personal y del Dios que al pedir víctimas (y las tres religiones lo hacen) pide también el sacrificio de la razón.

    La sociología y dinámica del surgimiento, expansión y transformación de los tres grandes monoteísmos es el tema de este libro de Peter Sloterdijk. No es un estudio histórico sino un ensayo centrado en una imagen-concepto axial: el celo relacionado con la visión del Uno trascendente. No un uno y único meramente contemplativo sino, mediado por el mesianismo y enfrentado a otros movimientos (paganismo, politeísmo), belicoso, celoso de su unidad.
     
Esta experiencia de la revelación del Uno tiene una expresión conocida: el furor. Además: la constitución del Uno exige el sometimiento, y a su vez los sometidos ejercen la universal tarea de someter a las creencias propias a los otros. Sloterdijk sitúa el celo por lo Uno en las palabras de Moisés: “Que cada cual mate él mismo al hermano, al amigo y al prójimo”, con lo cual se entroniza la lucha por una idea, por una abstracción. Respuesta a las luchas y diversidades tribales, el celo por lo Uno trasciende la rivalidad en un mito filosófico-religioso. En el paso del judaísmo al cristianismo se frena el etnocentrismo: la unidad con Cristo es superior a la identidad con la tribu. El islamismo supone el intento de relevo, cuya devoción está fuertemente marcada por una mística del martirio.
     
        Sloterdijk estudia las tensiones entre los tres grandes monoteísmos, y en los tres persigue la dialéctica del universalismo celoso. Un universalismo que no necesita del furor coercitivo para ser, porque ya se dio, por citar un caso, en la filosofía y ciencia presocrática. A cada uno de los monoteísmos les es inherente la toma del mundo. Leo Baeck ha afirmado, y Sloterdijk concuerda con él, en que no hay “ningún monoteísmo sin la historia universal”. No es extraño que el filósofo alemán sitúe a San Pablo y a San Agustín como los mayores contribuyentes a la metafísica de la predestinación cuya acción ha sido el terror y que, transformada –algo que ya han señalado a lo largo del siglo XX diversos pensadores- encarnó en la utopía revolucionaria como fin y sentido de la historia. Dicho con las propias palabras de nuestro autor: “todas las grandes religiones participan de una economía general de la crueldad”.
 
       Es interesante la idea de que, en el núcleo de la Ilustración, “la doctrina de los derechos humanos sólo puede glosarse como secularización de la antropología cristiana”, algo que no podría haberse dado, posiblemente, sin la Reforma, ese momento en el que el texto Uno se diversifica en la conciencia individual, donde la Iglesia cristiana “según reivindicaciones de una clientela ciudadana que ha despertado a la autoconciencia, ya no resulta sometible e intimidable a priori". Esto caracteriza sobre todo al judaísmo y su admirable cultura del comentario, que ha conducido a la broma de que donde hay dos talmudistas hay tres opiniones diferentes.
     
        La política ilustrada es la crítica de la predestinación y de su otra cara: la salvación, y supone la idea de que el fin no justifica los medios, de que los medios expresan la verdad, y de que el terror comienza cuando el presente se sacrifica en objetivos más elevados (e invisibles). Lo que Sloterdijk persigue es sin duda una crítica del monarca suprematista personal y del Dios que al pedir víctimas (y las tres religiones lo hacen) pide también el sacrificio de la razón. También del humor, enemigo de todo totalitarismo, religioso o político, o político-religioso. Este suprematismo subjetivo es opuesto al suprematismo objetivo u ontológico (el griego e hindú), que no puede poseer escritos sagrados.
       Concluimos sin cerrar el libro: hay una necesidad de domesticar los monoteísmos desde un escepticismo civilizante. Tomarse en serio a las religiones, como hace Peter Sloterdijk, es una manera de contribuir, desde la no creencia, a incitar al religioso a no tomarse tan en serio, especialmente desde la óptica de una teoría general de la cultura. 

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