En relación a la decisión ¿Leer a Charles Darwin? esta es una opinión de Juan Malpartida

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Esta es mi opinión de experto

  Las ideas de Darwin suponen la unidad de toda vida reflejada en los procesos de la evolución, un proceso que carece de finalidad aunque es enormemente eficaz.

     Charles Darwin tuvo dos vidas: una a bordo del Beagle, que duró cinco años escasos (1831-36), y otra, desde su vuelta, recluido en Down, en el condado de Kent, clasificando, analizando y experimentando. Casado con una prima hermana, fue padre de nueve hijos; lector de novelas románticas, tuvo por aficiones el backgammon y el billar. Fue un estudiante mediocre, pero un coleccionista apasionado, interesado en la geología y en todo tipo de bichos. Desde su vuelta del viaje, padeció diversas enfermedades, quizás a consecuencia de haber contraído el mal de Chagas. Sufría jaquecas, indigestión, vómitos, pero a pesar de ello fue un infatigable y metódico trabajador.
 
Se educó en una época y en un país en el que la mentalidad estaba regida por el esencialismo y la teología natural. El Darwin que se embarca en el buque de la armada británica, al mando de FiztRoy (aventura contada en Diario del Beagle, 1839) es un creyente literal de la Biblia, pero en ese mismo barco, metáfora racional del mítico arca de Noé, comenzó a sospechar de todo lo que se había sabido hasta entonces sobre el origen y constitución de la vida, es decir, del diseño inteligente.
 
   Darwin no descubrió la famosa teoría de la evolución: de alguna manera había indicios de ella en Buffon, J. F. Blumenbach, Lamark, en el mismo abuelo de Darwin, y, especialmente, en su coetáneo Russell Wallace: todos habían pensado alguna forma de evolución contraria a la inmutabilidad de las especies. Pero además de la exhaustiva e inagotable demostración de la evolución (apoyada fuertemente en la morfología en interación con el ambiente), Darwin introdujo el concepto de que dicha evolución se producía por selección natural, presente ya en sus notas de finales de los años treinta antes de que lo diera a conocer de manera definitiva en 1859 en El origen de las especies, una obra que junto con Revolutionibus (1543) de Copérnico, y Philosophiae naturalis (1687) de Newton, forma parte de los mayores cambios de paradigmas científicos desde el mundo clásico a la modernidad. El libro fue impopular porque, entre otras cosas, contradecía la teología natural, cuyo libro de cabecera en Inglaterra era la obra del clérigo William Paley.
 
Aunque la palabra evolución no aparece en El origen de las especies, sí está la idea. De lo que no se habla en esta obra es que el ser humano compartiera un antepasado con los simios. Eso vendrá luego. Darwin explicó sobre todo que la adaptación provoca la variedad y la complejidad estructural. La selección natural conduce a la divergencia entre especies, géneros y categorías, algo que permite la coexistencia en un área reducida. Los problemas científicos que suscitó no fueron menos que los metafísicos (eso dijo Karl Popper); y, como nos cuentan numerosos estudiosos (Ruse, Quammen, Ayala, Juan Moreno, García Leal), las paradojas emergentes de la selección natural siguen siendo fuente de discusión en genetistas, filósofos de la ciencia, naturalistas y paleontólogos. “La evolución, afirma Ruse, implica que todo es fluido. Las especies son reales u objetivas. ¿Cómo resolver esta paradoja?” Las ideas de Darwin suponen la unidad de toda vida reflejada en los procesos de la evolución, un proceso que carece de finalidad aunque es enormemente eficaz. Darwin, según Quammen “nos ayudó a entender la totalidad del universo físico como dominio de las contingencias concretas, no de los ideales imperfectamente representados”.
 
     La selección natural se completó y enriqueció en los años treinta al combinarla, gracias a varios especialistas en genética poblacional, con la genética de Mendel, dando surgimiento al neodarwinismo. El siguiente momento, de una importancia incalculable, se da en 1953 con el descubrimiento de la doble hélice del ADN, el material químico de la herencia.

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