En relación a la decisión ¿Leer a Claude Lévi-Strauss? esta es una opinión de Juan Malpartida

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El estructuralismo de Lévi-Strauss se basa en la noción de que la cultura, los signos y los significados, son una traducción de superestructuras naturales, regidas por un código.

     Quizás sólo un budista radicaría la defensa del hombre en que es un ser vivo, es decir, que participa de la misma sustancia de los otros seres que habitan la tierra y por lo tanto es defendible no por ser una entidad moral sino que su moralidad devendrá del respeto a la vida en general. Claude Lévi-Strauss (1908-2009) es un antropólogo y etnólogo del que tenemos una imagen superficial, o mejor dicho: muy ajustada a la de un hombre frío de ciencia, cuyas obras más conocidas han producido vértigo intelectual, mareos, adhesiones y rechazos más o menos profundos. Ciertamente, obras como 'Las estructuras elementales del parentesco' y la serie 'Mitológicas' son de una complejidad a prueba de neuronas.
 
¿Ciencia? Él mismo ha dicho que nunca lo ha pretendido y que le parece imposible una ciencia de lo social, aunque sí cabe detectar, dentro de las inmensas variables y acotando bien el espacio de observación, algunas invariantes en el orden del significante. Pero Lévi-Strauss está lejos de la frialdad o de ser un sabio al que sólo le haya interesado un objeto (ciertamente inacabable) de estudio. Gracias a algunos textos suyos, pertenecientes a su obra maestra Tristes Trópicos (1959), las conversaciones mantenidas con Georges Charbonnier (1961), Didier Éribon, De cerca y de lejos (1988-1990), la biografía de Denis Bertholet (2003) y el pequeño pero atractivo libro de su discípula Catherine Climent (2002), entre otros textos más o menos dispersos, podemos acceder a una imagen más rica y exacta de este gran sabio: enamorado de la música (quiso ser compositor), amante de la pintura (su padre fue un retratista discreto), coleccionista, apasionado lector de ciertos novelistas franceses e ingleses del XIX, seducido ya en su edad madura por el budismo y el shintoismo, frecuentador del Japón, fuertemente atraído por su historia y estética, y del teatro Nô, a diferencia de su poco interés por la representación del teatro occidental; don Juan del saber, aunque siempre llegando hasta el final…, en fin: un hombre con un cuerpo que piensa y con un pensamiento que nos recuerda continuamente a la naturaleza.
 
De hecho, siempre se ha sentido atraído emocional e intelectualmente por la botánica (al igual que su admirado Rousseau) y por la geología. El estructuralismo de Lévi-Strauss se basa en la noción de que la cultura, los signos y los significados, son una traducción de superestructuras naturales, regidas por un código, en la que lo individual se sume en una relación que, al tiempo que le otorga sentido, posee un significado estructural. Desde que surgió su obra inicial, provocó fascinación y polémica. Se recordarán las páginas de El pensamiento salvaje en las que se discute la filosofía de la historia de Sartre (para quien el hombre es un ser dialéctico, la dialéctica tiene historia), que, a su vez, había arremetido contra el mito, precisamente por su ahistoricidad, relegándolo a una especie de rito para homúnculos.
 
Por su lado, el etnógrafo, un materialista clásico, venía a descubrir que los pueblos salvajes (sin escritura, sin historia) actuaban como grupos con tanta lógica o más que Sartre, y esa realidad, la de la racionalidad que informa a los mitos y costumbres del hombre salvaje, había sido inadvertida o despreciada. Levi-Strauss, continuó sus investigaciones en la serie Mitológica (1962). De ellos se deduce una crítica feroz del progreso así como una desmitificación de los prestigios de la complejidad como depositaria de un mayor conocimiento. Al final de su vida siguió creyendo lo que su admirado Rousseau: “La edad de oro, que una ciega superstición había situado detrás (o delante) de nosotros, está en nosotros mismos”.

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