En relación a la decisión ¿Leer a Emil Cioran? esta es una opinión de Juan Malpartida

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Esta es mi opinión de experto

 Tuvo una gran vocación de fracaso. No lo consiguió del todo. Algo exagerado en sus gestos, fue en parte un actor de sí mismo. Aunque le interesaban los absolutos de la mística y el otro extremo, preferir el yo a la existencia, hay en su obra mucho cotilleo metafísico, lo cual lo torna en un clown.

  El rumano Emil Cioran (Rasinari 1911-París 1995) fue uno de los pensadores más personales del siglo XX, en un doble sentido: por un lado, su reflexión va inextricablemente unida a un estilo (una literatura), y, por otro, hizo de su subjetividad su mundo filosófico. Es cierto que dedicó páginas lúcidas y preciosas a Joseph de Maistre o Valéry, llevó a cabo meditaciones penetrantes sobre el tiempo, la historia y la utopía. Su mundo es el de un nostálgico de la mística transformada en un bisturí mortífero. Fue un espíritu negador del alto estilo, en la mejor tradición maniqueísta de los bogomilos, geográfica y espiritualmente cercana a su vida.
 
Se definía como budista, al menos por un buen tiempo, pero siempre pensaba en el budismo y en el hinduismo en su aspecto negador y en el hecho de que fueron religiones que pensaron a fondo la nada. No le interesaron los aspectos que exaltan el erotismo y la compasión, aunque él fuera, en cierto sentido, compasivo. Su obra es contradictoria, sobre todo porque expresa las diferencias de una persona, de su mundo subjetivo y heterogéneo, que no necesariamente ha de someterse a la consistencia de la lógica. Aunque su padre fue pope, Cioran fue siempre ateo, pero obsesionado como pocos por la religiosidad, de hecho padeció agudas crisis religiosas sin fe.
 
Como Baudelaire, osciló del éxtasis al horror a la vida. Tuvo una infancia feliz, pero desde los diez años el insomnio, esa experiencia de la orfandad y la distancia, lo transformó. Vivió en Rumania hasta 1937, fecha en la que se instaló en París, y más tarde adoptaría la lengua francesa. Apasionado lector de filosofía y novela (de ésta hasta los cuarenta años, como Joseph Pla), de poesía y de memorias, nunca tuvo mucha paciencia con los filósofos jergosos y académicos, y siempre tuvo debilidad por la reflexión aliada a lo literario (el primer Pascal, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Chamfort, Simmel), es decir, pensadores con una fuerte impronta personal; no tanto intelectuales, en los que la gravitación se ha desplazado hacia el mundo, sino aquellos en los que el yo ha predominado, designando con yo a la persona en cuanto que individuo irreductible a otro. Tampoco estuvo cerca de los ilustrados, ni de ningún posibilista. La división entre el árbol de la vida y el del conocimiento (Génesis) era en él irreconciliable, de ahí “el inconveniente de haber nacido”, de haber nacido para la conciencia y para la historia, con este correlato moral: la vanidad de todo gesto y la insignificancia de todo. Se sintió atraído por el tedio romántico, en los románticos alemanes y en Dostoievski, cuyo personaje Stavroguin adoraba.
 
 Cioran tuvo una gran vocación de fracaso. No lo consiguió del todo. Quizás fue un poco exagerado en sus gestos, y fue en parte un actor de sí mismo. Aunque le interesaban los absolutos de la mística, y el otro extremo, preferir el yo a la existencia, hay en su obra mucho cotilleo metafísico, lo cual lo torna en un clown (del humor a la payasada ingeniosa). Amó a Bach sobre todos los músicos, y, en la tradición popular, según dijo alguna vez, la melancolía del tango. Fue ajeno al cine y a la ciencia, y careció de vida política, aunque no de opiniones. Escribió en muchas ocasiones sobre la decadencia imparable de Occidente y de su pronta hecatombe, no por la bomba atómica, es decir, el accidente, sino por la degeneración de nuestra cultura. Conoció a su mujer, Simone Boué, traductora y profesora de inglés, en 1941, pero nunca aparece en su obra. Fue amigo de Ionesco, de Samuel Beckett, de Michaux, de Paz, escritores a los que admiró, pero siempre dijo que prefería la gente iletrada. Profesó un afilado desprecio por la vida literaria y por la escritura como oficio, por la publicidad y la producción literaria. Varias veces dijo tener debilidad por España: la del Quijote, Santa Teresa y el pueblo llano que queda resumido en lo que le oyó a un campesino en cierta ocasión: “Qué lejos queda todo”.

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