Hay en muchas sociedades democráticas un sentimiento de desencanto respecto a los partidos políticos y a la clase política en general.
De ahí surge la convicción de que los cambios urgentes que requiere la democracia, vendrán sólo si la ciudadanía toma las riendas. No se trataría sólo individuos aislados, sino de auténticos cuerpos sociales, asociaciones y redes de personas con opinión, estrategias y capacidad de vincularse con otros para promover esos cambios.
Está surgiendo en las sociedades democráticas una idea generalizada de que nada cambiará si la ciudadanía no opina, no se organiza y no presiona a quienes tienen el poder. Más aún: que esos intermediarios ya no son necesarios para un futuro realmente democrático. Los casos de corrupción y malos manejos por parte de los políticos elegidos en las urnas hacen que muchos votantes hayan perdido la confianza en que el sistema, tal como está, se regenerará algún día. Por eso se recurre a formas nuevas de participación y activismo, con la ayuda -muchas veces- de las tecnologías digitales de comunicación.
La duda es si la sociedad civil, por sí misma, podrá lograr esos anhelados cambios, sin otras instancias sociales.