En relación a la decisión ¿Pensar que la regeneración democrática sólo puede ser protagonizada por los propios ciudadanos? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

Decir que no es un poco equívoco, pero no hay otro remedio. Cuando, como ocurre en España, hay una democracia formal, los ciudadanos pueden desgañitarse inútilmente puesto que si las instituciones no aceptan la vía de la reforma no puede hacerse nada. Los ciudadanos impulsan, deciden los electos.

Es obvio que los ciudadanos tienen que ser el motor de toda mejora democrática porque, al fin y a la postre, las instituciones representativas raramente suelen ser mejores que aquellos a quienes representan, es decir que es quimérico pretender acabar con la corrupción en el poder político si formas corruptas de comportamiento, como engañar a Hacienda, operar con dinero negro, o que la prensa pueda mentir de manera descarada sin que haya un rechazo social, y mil manifestaciones más, son moneda de circulación común en una sociedad. Eso no quiere decir que las instituciones no tengan una obligación de ser ejemplares, pero, en general, puede afirmarse que pesa más el factor, digamos, “representativo”, el compartir los vicios comunes en el público al que se representa, que el ejemplarizador, el afán de atenerse a unas exigencias éticas que, normalmente, no se respetan.
 
En las democracias, las soluciones tienen que venir de abajo y llegar a arriba, pero si no alcanzan a instalarse en las instituciones no podrán servir de mucho. Lo corriente es criticar, con razón, conductas de políticos que son el trasunto exacto de las conductas de quienes los critican, y mientras se siga así tampoco habrá mucho que hacer. Ahora bien, si la ejemplaridad de las conductas ciudadanas es condición necesaria para que sea coherentemente exigible una ejemplaridad de las conductas públicas, no es, sin embargo, suficiente. Se trata de una situación muy común: las minorías sociales más activas y exigentes critican el comportamiento de los políticos, pero como los políticos, con buenas o con malas artes, continúan manteniendo el apoyo de sus electores, lejos de poner en píe las normas que les obligarían a ser más exigentes, continúan actuando de manera poco ejemplar, amparándose en la presunción de inocencia, en la peregrina idea de que solo un juez pueda condenarles, y ya se ocuparán ellos de que eso sea muy difícil, y en la disculpa de que los ataques que se les dirigen son una táctica del "enemigo" para desprestigiarles. Con esa doble disculpa no solo no cambiarán nada de lo que debiéran cambiar, sino que continuarán ahondando en muchas malas prácticas, en sistemas que suponen y fortalecen el caciquismo, la corrupción, el fraude y la burla de los intereses comunes, del bien público.
 
Si los políticos no se ven obligados a actuar con transparencia, por ejemplo, no lo harán, porque obtendrán muchas más ventajas personales y económicas de la opacidad, y no bastará con que mucha gente lo pida, mientras esa misma gente les siga otorgando el voto con la lamentable excusa de que siempre será mejor que estén estos que los otros. En las democracias es muy frecuente caer en este tipo de trampas y los políticos suelen ser especialistas en tenderlas. La solución de toda esta clase de asuntos reside, por una parte, en el tiempo y en la constancia, y, por otra, en ahondar los fundamentos de la libertad política, en que los ciudadanos no se sientan rehenes de los políticos a los que han elegido. La permanencia del voto y su escasa volatilidad, un fenómeno desgraciadamente muy común en todas las democracias, es una seria dificultad para conseguir mejoras tangibles y a corto plazo.
 
Cuando en una sociedad hay grupos de individuos exigentes y se crean instituciones sociales capaces de presionar y de resistir a la tendencia a convertirlo todo en una lucha partidista, se puede confiar en que esa sociedad pueda acabar imponiendo mejoras de tipo político, pero si las sociedades se dejan dominar por el poder del sistema que componen los partidos, la prensa y los grandes grupos de intereses económicos y financieros, que, por definición, siempre apoyan al que ha ganado las elecciones, el panorama se ha de considerar necesariamente sombrío. Sí, pues, a la mayor participación política, a cuanto acreciente el poder ciudadano, la trasparencia, lo que los anglosajones llaman la accountability, la rendición de cuentas, lo que exige saber que los políticos nunca regalan nada.

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