En relación a la decisión ¿Creer que la globalización mejora la situación de las mujeres en el mundo? esta es una opinión de Barbara Supp

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  • Periodista de Der Spiegel, especialista en temas sociales
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Esta es la opinión del experto

La esperanza reside en que la globalización de arriba ayude a la de abajo, que la expansión de conocimiento pueda convertirse en el núcleo de un proceso de democratización, ya que la globalización del saber y de los valores tiene tanta importancia como la globalización del dinero y la producción.

Barbara Supp, en el artículo La Sonrisa de la Globalización, publicado en esglobal.org el 29/09/13 señala que:
 
“La cara de la globalización es un rostro femenino, agotado, marcado por el trabajo y la falta de sueño. O quizás una cara con los labios pintados y una sonrisa comercial. Esta versión, que también existe y se da cada vez con mayor frecuencia, pertenece a esa especie de mujeres con formación, buenos sueldos e influencia, que trabajan para empresas, partidos, gobiernos, organizaciones de ayuda o lobbies, y les resulta de lo más natural sacar provecho de la globalización. Puede apreciarse en los congresos de mujeres y los foros económicos, allí donde se da cita la élite, donde impera la consigna publicada por The Economist: “Olvidaos de China, India e Internet; las impulsoras del crecimiento económico son las mujeres”, donde circula desde hace unos años una nueva palabra clave: “womanomics”, la confianza en la potencia económica de las mujeres. En las más altas esferas, en consultoras como McKinsey, y también en el Banco Mundial, han descubierto  el creciente arsenal de mujeres de amplia formación, ambiciosas y con espíritu profesional, que en muchos países ya constituyen la mayoría en las universidades, y que, gracias a su flexibilidad y capacidad de comunicación y cooperación, según un estudio de McKinsey, están especialmente bien dotadas para responder a las exigencias de la globalización. Esa creciente cantidad de mujeres que han adquirido poder influye en las leyes, los contratos de trabajo y las inversiones, establecen redes y dialogan en los congresos mundiales. Y lo que está por saber en todas esas ocasiones es: ¿sólo buscan una carrera mejor o también un mundo mejor? 
 
Ahí reside la esperanza: en que la globalización de arriba ayude a la de abajo. Que las corrientes globales de información resulten útiles, que la expansión de conocimiento pueda convertirse en el núcleo de un proceso de democratización. Que allí donde crece el peligro también pueda crecer el remedio, si se abona adecuadamente. Porque la globalización del saber y de los valores tiene como mínimo tanta importancia como la globalización del dinero y la producción.
 
Las mujeres producen una gran parte de los alimentos del planeta, pero la tierra en la que los hacen crecer pertenece casi siempre a los hombres, y muy rara vez a ellas. Ni se les ocurre que pudiera ser de otro modo. (…)La impotencia, y así lo resalta con vehemencia el informe de población mundial de la ONU, no sólo surge de las formas visibles del sometimiento, sino también de las ideas que tienen de sí mismas las mujeres que ven esa impotencia como algo perenne, irrevocable. Pero esas ideas también pueden modificarse con la ayuda del saber, con apoyo, estímulo, información.
 
(…) Tendremos que admitir con madurez que es muy posible que la crisis proporcione un espaldarazo a las mujeres situadas en la cima, de forma que aumente su participación en el poder. Pero en las clases inferiores el panorama es muy distinto. Los primeros rescates (…) han ido a parar a las industrias de la construcción y del automóvil –trabajos de hombres–. Y esas acciones de salvamento se financian con programas de ahorro que se dejan sentir abajo del todo: allí donde afectan en primer lugar a las mujeres y los niños.
 
“Sisterhood is global”, se decía en los años 70 y algunos siguen creyéndolo. A veces incluso resulta cierto. Como en Bangladesh, donde las costureras se han puesto en huelga; su lucha sería más difícil si no se viera apoyada en los países ricos (…), si no comenzara a surgir poco a poco cierto interés por el precio que tiene que pagar por la globalización una trabajadora textil de Bangladesh. A veces la sisterhood podría resultar muy fácil. Por ejemplo, cuando una mujer con buenos ingresos de España o Alemania se pregunta: ¿quiero comprar en serio esta camiseta importada que cuesta unos miserables 4,99 euros? ¿O no quiero?”

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