En relación a la decisión ¿Aceptar la muerte como inevitable? esta es una opinión de José Lázaro

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Esta es mi opinión de experto

Sí, negarse a aceptarlo es a la vez negarse a ver la realidad. Pero olvidarlo cada día es a la vez un mecanismo psicológico de defensa esencial para disfrutar de la vida.

 
La curiosa paradoja que plantea la conciencia de nuestra mortalidad es que tenemos que partir de ella para vivir una vida auténtica pero, una vez asumido en profundidad ese hecho, tenemos que actuar cada día como si lo olvidásemos para construirnos una vida gratificante y fructífera. Solo los depresivos patológicos se hunden en la muerte en vida que supone la conciencia permanente de la propia mortalidad. En "La guerra del Peloponeso" Tucídides describe maravillosamente la llamada «Peste de Atenas»: una epidemia de aparición repentina, origen desconocido y efectos devastadores, con todas sus consecuencias sanitarias, sociales y psicológicas.
 
Entre estas últimas aparece la situación de total desesperanza de una comunidad que de repente se da cuenta de que «una epidemia tan grande y un aniquilamiento de hombres como éste no se recordaba que hubiera tenido lugar en ningún otro sitio», de que «los médicos, por ignorancia, no tenían éxito en la curación (...) ni tampoco ningún otro remedio humano», de que «era inútil suplicar en los templos y recurrir a los oráculos y medios semejantes, y, finalmente, las gentes desistieron de usarlos vencidas por el mal».
 
Y es en medio de este panorama desolador, de esta renuncia a cualquier esperanza, donde realiza Tucídides la siguiente —prodigiosa— observación psicológica: «Y, sin embargo, eran los que habían escapado de la enfermedad los que más compadecían al que moría y al enfermo, porque conocían aquello de antemano y ellos tenían ya confianza; pues la epidemia no atacaba al mismo hombre dos veces hasta matarle. A ello debido eran felicitados por los demás, y ellos mismos, por la alegría del momento, tenían para el porvenir cierta vana esperanza de que ya nunca iban a morir de ninguna otra enfermedad». Tucídides describe en este pasaje los mecanismos psíquicos de compensación llevados al último extremo.
 
Tras la convicción absoluta de la muerte inmediata, la fantasía de la inmortalidad, que parece ser uno de los sueños más permanentes y tenaces de la especie humana. La angustia del enfermo ante el diagnóstico que amenaza su existencia es la angustia que amenaza con despertarle de ese sueño irrenunciable. Pero no son sólo los enfermos los que expresan con su angustia la dificultad de asumir la mortalidad. Freud insistía en que para el inconsciente la muerte no existe, es decir, que en el fondo nadie es capaz de creer realmente en su propia muerte.
 
El ensayista rumano Emil Cioran se burlaba de los esfuerzos que todo ser humano hace para ignorar su mortalidad preguntándose: «¿cómo puede uno morir cuando lleva corbata?». Y Jorge Luis Borges vino a decir lo mismo mediante cuatro versos que atribuyó juguetonamente al "Diván de Almoqtádir el Magrebí" y que tituló, simplemente, «Cuarteta»: “Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado, / que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte. / ¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur, / muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?”
El hombre es el animal que tiene plena conciencia de su futura muerte y que consigue disfrutar cada día de la vida por su maravillosa capacidad cotidiana de olvidarlo.

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