En relación a la decisión ¿Leer 'Todo lo que era sólido', de Antonio Muñoz Molina? esta es una opinión de José Lázaro

Imagen de José Lázaro

Esta es mi opinión de experto

"Todo lo que era sólido" se arraiga en lo concreto (la crisis actual de España) para reflexionar sobre lo personal, proyectarlo en el contexto histórico correspondiente y penetrar en su análisis hasta tocar los mecanismos perennes que se repiten en las conductas humanas.

Para entender la situación catastrófica en que se encuentra España, Muñoz Molina se dedicó en el verano de 2012 a la lectura detenida de la prensa del año 2007. De esa manera realizó una fotografía periodística de la España inmediatamente anterior a la crisis y la enmarcó en una perspectiva cronológica: su propia memoria personal, que va evocando desde la militancia comunista en Úbeda a principios de los setenta, pasando por la austeridad que conoció como auxiliar administrativo interino del ayuntamiento de Granada a principios de los ochenta y la posterior invasión de los municipios por una nueva casta política (que pronto suprimió los burocráticos controles heredados de la vieja Administración para entregarse alegremente a la multiplicación de instituciones autonómicas, y mediante ellas al despilfarro y al saqueo) hasta la debacle final en los años de Zapatero.
 
El resultado es la actual indignación ciudadana contra esa “nueva nobleza” de los políticos profesionales que han monopolizado todo tipo de privilegios y prebendas pero no dudan en exigir restricciones y sacrificios cada vez mayores al resto de la población. Difícilmente puede un lector de este libro sentirse totalmente inocente del disparate que en él se describe. El banquero que ofrecía a su cliente acciones cuyo riesgo enmascaraba, aprovechaba la codicia del inversor en busca de beneficios lo más altos posibles; el que ofrecía al modesto asalariado una hipoteca desmesurada estimulaba el conocido mecanismo psicológico que empuja a disfrutar hoy sin pensar en lo que se tendrá que pagar mañana. Pero lo cierto es que la mayoría de los ciudadanos dirige su furia contra los principales acusados, la nueva clase privilegiada.
 
Y tras ella está la mentalidad profunda característica del país, fruto de largos siglos de autoritarismo: codicia individual, narcisismo colectivo, sectarismo, desprecio de lo común, exaltación de lo tribal, alergia al cambio, autobombo e ignorancia. Y es ahí donde el ensayo de Muñoz Molina se eleva desde la brillante descripción autobiográfica de la evolución española en las últimas décadas hacia la insinuación de esos mecanismos nucleares que explican el desastre. De todos ellos es particularmente interesante (quizá porque se suele describir menos que el sectarismo o la codicia) el constante deslizamiento tramposo entre lo personal y lo colectivo, la atribución al grupo rival de los propios fracasos y la apropiación personal de méritos colectivos: “Pedir responsabilidad a un individuo es insultar a una patria. Envuelto en la oportuna bandera un delincuente es un héroe” (p. 97-98).
 
La eficacia del mecanismo ha quedado más que demostrada en infinidad de casos, aunque también es verdad que tiene algunas limitaciones: supongamos, por poner un ejemplo imaginario, que un ministro liberal y andaluz llegase a ser acusado por un juez de aceptar sobres llenos de billetes de oscuro origen: ¿habría que considerar ese hipotético proceso judicial como una agresión contra el liberalismo o como un insulto a Andalucía? Todo este endemoniado carnaval (en que lo personal se disfraza de colectivo y viceversa) funciona sobre la base de sentimientos muy primitivos, hábilmente manejados por las élites del poder local y estatal.
 
Hay pocas emociones más primitivas que las narcisistas, las que permiten a cualquier pringado sentirse orgulloso de haber nacido en su pueblo y encabritarse como un energúmeno ante la mínima ofensa del vecino a su patria chica (cada vez más chica). Victimismo y narcisismo tribal se convierten así en el auténtico opio del pueblo. El culto a los mitos de la tribu que se ha decidido potenciar es la perfecta cortina de humo que permite a la casta tribal el control absoluto e impune de su parcela territorial: por eso tenía Franco tanto interés en que su España fuese “Una, Grande y Libre”; es decir, total y exclusivamente Suya. Los dirigentes de las 17 Españitas en la actualidad lo imitan lo mejor que pueden.

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