En relación a la decisión ¿Masturbarme? esta es una opinión de José Lázaro

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Esta es mi opinión de experto

Tras aplaudir la ingeniosa afirmación de Karl Kraus (“el coito no suele ser más que un mediocre sucedáneo del onanismo”, pues la realidad no tiene la fuerza de la fantasía) hay que refutarla afirmando que el placer sexual real y compartido (como el gastronómico) es mejor que el imaginario y autista.

La expresión “fantasía masturbatoria” es particularmente afortunada porque señala bien el núcleo común de la imaginación y el onanismo: su carácter sustitutivo. Se puede discutir la tesis de que toda fantasía tiene algo masturbatorio (yo la defendería), pero es muy difícil negar la esencia fantasmática del onanismo: sólo un ser profundamente perverso lo preferiría a una buena relación sexual, como sólo un auténtico perverso prefiere una hamburguesa solitaria a un lacón con grelos en buena compañía.
 
Desde un punto de vista fisiológico, la masturbación tiene la misma utilidad (enorme) que la válvula de una olla exprés: permite que el vapor salga cuando ha adquirido demasiada presión y evita por tanto el riesgo de que la olla termine reventando. Nada que objetar, sino todo lo contrario: en los colegios religiosos pueden verse fácilmente las nefastas consecuencias que derivan del empeño delirante en fabricar ollas humanas sin válvula de salida del vapor. Pero este mecanismo de seguridad sólo tiene sentido cuando la presión interna no ha logrado realizar su función esencial: empujar al sujeto hacia el encuentro sexual con otro (o con otra, eso va en gustos), siempre guiado por el deseo y, en el mejor de los casos, enriquecido por el amor. El burdo chistecillo de que es mejor follar que hacerse pajas porque “conoces gente”, tiene un fondo muy superior a su forma: el mismo fondo que hace tan poco convincentes las defensas del onanismo del tipo “es absurdo pedir a otro que te haga mal lo que tú mismo puedes hacerte bien”.
 
Y es que la noble esencia de la sexualidad reside precisamente en su fabulosa capacidad de llevar a la máxima expresión el encuentro placentero con el otro (o con la otra, ya está dicho). Un encuentro que suele ser más frustrante que satisfactorio cuando no se consigue realizarlo materialmente y hay que resignarse a imaginarlo en soledad. Aunque, naturalmente, para el peor de los casos conviene tener a mano la válvula de seguridad.

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