En relación a la decisión ¿Pensar que se pueden abolir las grandes desigualdades económicas y sociales? esta es una opinión de José Lázaro

No
Imagen de José Lázaro

Esta es mi opinión de experto

No, la historia muestra que se pueden lograr magníficos avances en ese sentido (con democracia y libertad), pero ningún país ha conseguido (ni es probable que consiga) una perfecta justicia social.

Desde el principio de la historia las comunidades humanas han distinguido siempre un pequeño grupo de hombres poderosos (excepcionalmente mujeres) frente a una gran masa de población sometida a su poder. De hecho, esa diferencia se establece ya en los animales salvajes que viven en manadas dirigidas por un “macho dominante”: su fuerza bruta le permite mantenerse al frente hasta que un rival más fuerte consiga desplazarlo. Pero ese cambio en el individuo dominante nunca pone en cuestión la existencia de un dominio jerárquico.
 
Durante los tres o cuatro millones de años (aproximadamente) que se extienden desde el Australopithecus hasta la revolución neolítica, las manadas humanas de pueblos nómadas se dedicaron a la caza y a la recolección bajo la dirección de “machos dominantes”; al principio los cazadores-recolectores debían de funcionar con mecanismos muy similares a los de cualquier otra manada de animales gregarios. Pero en los diez mil años (aproximadamente) que han transcurrido desde la revolución neolítica, la humanidad cambió radicalmente su forma de organizarse en múltiples aspectos: entre ellos es fundamental la forma de estructurar la relación entre dominantes y dominados.
 
Los primeros poblados sedentarios solían estar gobernados (como las anteriores tribus nómadas y sus antepasados prehumanos) por un único individuo que ejercía a la vez de jefe militar, civil y religioso: era la institución unipersonal de la que surgirían después las instituciones colectivas, el embrión de todas las futuras estructuras políticas. Poco a poco se iría diferenciando (de modo análogo al de un óvulo fecundado que pasa desde su estadio unicelular al complejo organismo que nacerá nueve meses después) hasta llegar a formar la complejísima estructura (económica, política, religiosa, militar, comercial, judicial, etc, etc.) que se encuentra en los actuales Estados. Esos Estados que se configuran a lo largo de la historia son muy variados: la mayoría tiene un carácter fuertemente autoritario, cuando no abiertamente tiránico; algunos ensayaron formas selectivas de democracia, al menos desde la Grecia clásica; unos pocos llegaron, tras las revoluciones del siglo XVIII, al tipo más liberal y rico de democracia que hoy conocemos en la parte afortunada del planeta.
 
Pero todos, incluidos los más perfectos Estados de Bienestar de las ricas socialdemocracias nórdicas, mantienen diferencias (mayores o menores, suaves o brutales) entre estratos, capas o clases sociales. En la inferior, por ejemplo, se ha pasado de los esclavos a los siervos de la gleba, de estos al proletariado explotado brutalmente durante la revolución industrial y por último al trabajador protegido por un sistema de seguridad social. Pero nunca ha dejado de haber diferencias abismales entre un empresario y el portero de su fábrica, entre un ministro y el funcionario que recoge la basura por las calles. Casi todos desearíamos que se aboliesen las grandes diferencias de poder y de dinero, para que se realizase una perfecta justicia social. Casi nadie piensa que realmente llegará a verlo en el resto de su vida.

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