En relación a la decisión ¿Ser creyente para ser más feliz? esta es una opinión de José Lázaro

Imagen de José Lázaro

Esta es mi opinión de experto

Sí, por supuesto, todas las religiones tienen como función esencial la construcción de una felicidad a medida del que crea en ellas. Ser feliz es el estímulo más directo para ser creyente.

No hay razón más poderosa para abrazar una creencia que disfrutar de la felicidad que proporciona: nos convence de nuestra inmortalidad, da sentido a nuestras desgracias, nos libra de la angustia ante la incertidumbre, nos proporciona la verdad absoluta, nos resuelve las decisiones más difíciles de tomar, nos convierte en el pueblo elegido…
Lo que tienen en común las creencias animistas, paganas y monoteístas es su núcleo de pensamiento mágico, que se encuentra también, en mayor o menor medida, en todas las demás expresiones del pensamiento y del lenguaje humano. La lógica es un intento (siempre relativo) de compensar nuestra tendencia profunda hacia la magia, que con su gran flexibilidad permite que las ideas se ajusten a los deseos en cada momento. Gracias a ello los humanos tienen la esperanza (incluso la certidumbre) de que sus palabras serán escuchadas por dioses que aliviarán sus males y cumplirán sus deseos: que los muertos amados sigan viviendo en algún lugar, que se multiplique el escaso alimento, que cese la tormenta destructiva, que se cure la enfermedad invalidante, que la abundancia sustituya a la miseria y el bienestar a la angustia.
El pensamiento mágico, establece una relación esencial entre una cosa y su nombre, entre dos cosas que se parecen o que han estado en contacto, entre algo que ocurre a continuación de otro algo… y a través de esas asociaciones mentales elimina el azar y adapta la realidad al deseo, al menos en la imaginación.
Las fantasías compensatorias de nuestras frustraciones y satisfactorias de nuestros anhelo se dan en mucho fenómenos culturales, desde las pseudociencias y las supersticiones hasta la literatura fantástica. Donde la lógica no tiene nada que ofrecer, la magia puede ofrecerlo todo: la esperanza, el consuelo, la eternidad, la omnipotencia, el milagro, la felicidad... Y no se nos pide a cambio nada más que la renuncia a distinguir entre la realidad y la imaginación, entre la verdad y el deseo.
El creyente que adora la imagen de un dios al que ofrece sacrificios para que traiga la lluvia que salvará su cosecha piensa como el que usa un amuleto para protegerse en el combate, el que se introduce la flecha en la boca antes de lanzarla al ciervo para asegurarse de que comerá la carne del ciervo, el que evita pasar por debajo de una escalera o el que espera ilusionado reencontrarse con su amada tras la resurrección de los muertos. Para el pensamiento mágico las leyes de la causalidad son elásticas, las casualidades no existen, las palabras modifican la naturaleza (de forma directa a través del ensalmo o indirecta a través de la oración), las fuerzas sobrenaturales pueden ayudarnos o dañarnos, los ritos garantizan el bienestar y protegen de la desdicha.
Animismo, paganismo, monoteísmo, espiritismo… formas distintas de algo que evoluciona históricamente, se adapta en cada caso a diferentes culturas y no deja de consolar y estimular a los humanos; incluso a los que creen haber superado todas las religiones, pues pensamiento mágico sigue siendo lo que a un ateo le permite disfrutar de las metáforas poéticas, le provoca lapsus lingüísticos, le lleva a asociaciones de imágenes inesperadas durante la embriaguez o le hace vagar por ideas obsesivas.
El pensamiento mágico es consustancial al ser humano, forma su estrato más profundo, fundamenta y origina los mecanismos posteriores (más superficiales) de pensamiento lógico, está siempre detrás de la racionalidad y no renuncia jamás a retornar cuando se lo permitan. Las creencias religiosas, como las demás formas de pensamiento mágico, nos ayudan a vencer el miedo, nos refuerzan frente a las inseguridades, nos guían ante la incertidumbre y nos consuelan de nuestras desgracias.
Y por si todo esto fuera poco, las creencias compartidas garantizan la pertenencia a una sólida comunidad que nos acoge, nos comprende, nos aprecia, nos protege…
Creer es sin duda una forma de optar por la felicidad. La lucidez nunca ha sido ni cómoda ni agradable.

Comentarios
Imagen de Juan Malpartida
Lunes, 02 de Septiembre de 2013 a las 18:39

Estoy de acuerdo en lo general con lo expresado por José Lázaro, pero quiero añadir algo que apuntan algunos evolucionistas: el sentimiento religioso es universal porque ha sido seleccionado como positivo, tenga o no alguna validez filosófica o científica la creencia en algún Dios. Es obvio que la historia de la humanidad, el lento acrecentamiento de las preguntas (que nunca son inocentes) ha abierto tanto el desamparo ante lo desconocido como el amparo de un sistema trascendente de creencias. Pero creer ahora es más difícil, aunque ser felices, incidir en la alegría (según Spinoza la mayor afirmación del ser) es más fácil que en el neolítico: nuestra percepción y concepción del ahora, de la convivencia, de las artes, del amor, se han visto enriquecidas hasta tal punto que sin duda nos ayuda a vivir más y mejor. ¿Nuestra inclinación universal a la música no se habrá visto también favorecida por la selección natural como fuente de felicidad y por lo tanto de longevidad? ¿No es el arte la forma de lucidez más amplia que hemos inventado en la medida en que nos ofrece, en sus mejores momento, siempre la realidad completa?

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