En relación a la decisión ¿Convertir las casualidades en oportunidades? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

Se puede aprovechar las casualidades, pero, en realidad, no se pueden convertir en oportunidades, las oportunidades hay que trabajarlas, crearlas, sin confiar en el acaso ni en ayudas del azar. Con el azar haya que contar y hay que saber integrarlo positivamente, pero sin un proyecto es imposible.

 
La casualidad es el nombre popular del azar, un viejo término caro a los físicos y a los filósofos, aunque también a los apostadores. Curiosamente, en el mundo contemporáneo ha adquirido, frente al carácter negativo con el que se había venido considerando, un tono positivo, transformándose en algo susceptible de hacernos más atractivo el futuro, un ingrediente de cualquier imaginación creativa, un premio o un plus a nuestras capacidades cuando nos atrevemos a pensar lo impensado, y, en cierto modo, lo impensable, y a forzar los límites de lo posible. Es patente que ese nuevo papel del azar no es del todo azaroso, sino que ahora actúa como una especie de premio que se alcanza con esfuerzo, atención y abandono de la rutina, cuando se cultiva la capacidad de descubrir nuevas formas de orden y concierto ajenas al reinante, a las expectativas comunes, cuando se tiene un plan y, pese a ello, se permanece atento a lo que pasa.
 
Toda la abigarrada floración imaginativa que tratamos de describir con nociones tales como emprendimiento, creatividad, invención, espíritu de aventura, rotura con la tradición, criticismo, etc. que caracteriza tan bien un buen número de regiones del espíritu contemporáneo está, como todo lo humano, llena de buenos deseos y hasta de fértiles posibilidades, pero también puede acabar en superchería y necedad. En el terreno del arte, que tradicionalmente había supuesto esfuerzo, oficio y tradición, la escuela del azar y la improvisación, cosas tales como la escritura automática, los happenings, o la deconstrucción de cualquier obra bien hecha, llegaron a alcanzar tal grado de predominio que acabaron por cansar, aunque algunos sigan sin enterarse, dado que los recursos para épater le bourgeois están ya muy vistos, pero ese mercado no está de ninguna manera agotado. Como la tecnología nos ha acostumbrado a pensar que todo es posible, estamos particularmente bien dispuestos a explotar las casualidades, olvidando el hecho de que las casualidades también pueden arruinar el mejor de los planes.
 
Hoy en día, al valorar tanto el cambio, las rupturas, estamos deseando aprovechar y explotar lo que pueda traernos la casualidad. Tendemos a vincular la casualidad con la fortuna, no con el desastre, y a rodear esta idea, que no deja de ser consecuencia de una incapacidad de predecir, con un aura positiva y prestigiosa que la vincula con la falta de restricciones, con la libertad y con el futuro, con lo que no está escrito, de ahí que tendamos a identificarla con las oportunidades y no con los riesgos. Nuestra vida está llena de azares en el sentido de que nunca sabemos antes lo que acabará por ser después, es decir, que el futuro siempre nos ha sorprendido, nos sorprende y, muy seguramente, nos seguirá sorprendiendo. Naturalmente que hay que saber aprovechar esos giros de sorpresa e imprevisión, contar con las casualidades y hacer lo posible porque trabajen en nuestro favor, pero nunca podemos planearlas, esperar que nos saquen del apuro: en este sentido, la suerte no existe, pues, como decía Pasteur, “el azar (la casualidad) solo favorece a los espíritus preparados”. En lo relativo a la inspiración, lo repetía Picasso, “que cuando llegue la inspiración me encuentre trabajando”. Por último, una cosa obvia pero que se olvida con facilidad. El arte de aprovechar las casualidades se llama experiencia y eso significa que tenemos que aprender a aprovechar los fracasos y lo que nos enseñan. La idea de que el triunfo es posible sin esfuerzo y sin errores es uno de los mayores equívocos relacionados con el éxito. Aprendamos a aprovechar las casualidades, sean favorables o negativas, porque siempre nos pueden hacer más capaces de comprender y de actuar, más sensibles e inteligentes.

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