En relación a la decisión ¿Exigir que la investigación científica sea una prioridad para el gobierno? esta es una opinión de José Luis González Quirós

Imagen de José Luis González Quirós

Esta es mi opinión de experto

La historia de la ciencia moderna no se puede escribir sin tener en cuenta el apoyo de las casas reales y de los nuevos Estados. Si eso fue así cuando la ciencia era una actividad casi gratuita, que solo suponía dedicación, ¿cómo no ha de ser ahora en que las inversiones necesarias son enormes?

La ciencia, y la tecnología con la que está estrechamente relacionada, es una actividad básica en las sociedades modernas. Su desarrollo constituye el vector de cambio más importante, tendencia que no se va a aminorar en el futuro. Una sociedad que no hace ciencia es una sociedad que tenderá a retrasare, de manera escasamente perceptible al principio, de manera casi irreversible en el largo plazo.
 
La gran cuestión es cómo se financia una actividad que tiene varias características notables: es imprescindible, no puede garantizar su éxito sino de una manera aleatoria, es decir que habrá más éxitos cuantos más intentos haya, pero no existe un método inequívoco para garantizar el éxito futuro, y, por último, es una actividad que exige una financiación cada vez más alta, en primer lugar porque exige personal muy especializado cuya formación es lenta y cara, y, en segundo lugar, porque requiere del concurso de una clase de bienes de equipo que no son de uso general ni se producen en gran escala y que, por tanto, tienen unos costos enormes.
 
Si se ve así el problema, es indiscutible que el Estado tiene que garantizar la viabilidad de la ciencia en cada país. Así sucede en todas partes, pero de manera muy especial en los países que, como los EEUU, están a la cabeza de la investigación básica y el desarrollo tecnológico. Esto no quiere decir, naturalmente, que la investigación se convierta en una actividad desarrollada por funcionarios públicos, creer que tal cosa sea posible implica casi una contradicción en los términos, o en entidades estatales, pero sí implica que los Estados dediquen una parte importante de sus presupuestos a financiar la ciencia y la investigación, y todo lo que ello conlleva. Apenas se puede concebir una política más miope que la de quienes han aplicado recortes a estas partidas con la pobrísima excusa de la crisis económica. La ciencia y la tecnología son las únicas armas que nos permitirán superar las crisis del futuro y cualquiera de las del presente, pero cuando hay gobiernos que prefieren financiar a los sindicatos o a los clubes de fútbol y recortar el gasto en investigación el panorama no puede ser más sombrío.
 
El Estado no puede investigar por sí mismo, pero debe dar medios y estímulos para que lo hagan las instituciones, privadas o públicas, de investigación, las universidades y las empresas, y debe hacerlo con un mínimo gasto en burocracia, aunque aquí suela suceder lo contrario. El entorno de la investigación tiene que ser competitivo, abierto, objetivo y muy transparente para que no se puedan camuflar como gastos de investigación costos que nada tienen que ver con ella, y para que no la política ni los intereses de corto plazo se entremezclen en una apuesta muy de fondo para conseguir una sociedad más avanzada en la que el conocimiento sea la verdadera riqueza nacional.
 
España y Europa deben despertar de su sueño burocrático, España padece un sueño más profundo y desconcertante, pero Europa tampoco acaba de despertarse, y comprender que la ciencia y la investigación son prioridades absolutamente básicas, que deben desarrollarse con unas reglas de juego muy simples, de forma extremadamente competitiva, la ciencia no conoce fronteras nacionales ni culturales o ideológicas, sin esperar resultados de manera inmediata, pero con la seguridad de que llegarán, tanto los que se buscan originalmente, como miles de resultados colaterales. La autonomía y libertad de investigación de los científicos es una condición imprescindible para obtener buenos resultados. Por fortuna, cada vez están más claros los criterios de elección porque el proceso de evaluación de la investigación mejora de manera continua. Hay, con todo, un defecto que evitar, lo que se conoce como el "efecto Mateo", financiar sólo a aquellos equipos que ya han tenido éxito, dar más al que ya tiene más. Hay que atreverse a arriesgar y a descubrir nuevos nombres y proyectos.

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