En relación a la decisión ¿Favorecer cambios en el sistema democrático? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

Las democracias no pueden ser sistemas cerrados, porque representan a sociedades que cambian y corren siempre el riesgo de caer en manos de quienes pretendan usar el poder en su exclusivo beneficio. Esto significa, por lo pronto, que una democracia tiene que estar siempre atenta a su propia mejora.

 
Una sociedad democrática tiene que tener sistemas de gobierno y de representación, y, aunque no sea necesario que sean idénticos a los de ningún otro país, sí es preciso que cumplan una serie de garantías mínimas: permitir la gobernabilidad, ser representativas de la voluntad popular, que el Gobierno, como quería Popper, pueda ser derribado pacíficamente mediante elecciones, que haya un estado de derecho y se respete la ley, que exista diversidad de poderes emanados directamente de los ciudadanos y que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, sean independientes. Cuando falta alguna, o varias, de estas condiciones, la democracia comienza a degenerar y se convierte en un régimen autoritario o en un sistema populista, pudiendo llegar, incluso, a desaparecer con el consiguiente riesgo de conflicto civil generalizado.
 
Es muy frecuente, por ejemplo, que los partidos políticos acaben por convertirse en organizaciones extrañamente ajenas a la sociedad a la que se supone representan, y en las que se implanta una moral sectaria que los vuelve muy vulnerables a la corrupción. Cuando eso sucede, la sociedad tiene que reaccionar castigando a los partidos y creando nuevas fuerzas políticas. Para evitarlo, es necesario que la Ley obligue a los partidos a celebrar congresos abiertos, a que los delegados o compromisarios en dichos congresos sean elegidos por votación secreta entre los militantes y/o simpatizantes del partido, lo que se conoce como sistema de votaciones primarias, y a que los candidatos a cargos electos sean votados en condiciones de igualdad y con garantías de limpieza.
 
Cuando no cumplen su función, los partidos degeneran en mafias, y se convierten en organizaciones perfectamente capaces de anteponer sus más indefendibles intereses al interés general. Hay que acabar con esto haciendo posible que la política democrática sea un auténtico servicio a los ciudadanos y limpiando y haciendo transparente el funcionamiento de los partidos y, con ello, de las administraciones públicas. Los partidos políticos deben someterse a minuciosas auditorias externas e independientes. El único sistema capaz de garantizar la funcionalidad representativa de los partidos políticos es la democracia interna, un requisito muy específico que se cumple en todas las democracias consolidadas y que exige un alto nivel de transparencia, un respeto absoluto a la libertad política de los ciudadanos y sistemas que garanticen la limpia competencia por el honor de representar y gobernar a los ciudadanos.
 
Es preciso evitar que los sistemas internos de elección puedan ser controlados y falseados por los que resultan ser supuestamente elegidos, y que las listas electorales sean confeccionadas bajo criterios de docilidad y afinidad política, con independencia de los méritos, experiencia y representatividad de los candidatos. Hace falta regular con eficacia y transparencia la financiación de los partidos, la única manera de acabar con la corrupción política que esteriliza la democracia y condena a las sociedades al populismo y a la demagogia. Se trata de regular con cierta precisión los procesos electorales internos y los conflictos que, en su caso, se puedan suscitar.
 
Las democracias viven del diálogo político, del debate y de la opinión pública libremente formulada, por eso es importantísimo garantizar un régimen de libertad de prensa y proteger adecuadamente los derechos de opinión y la libertad de expresión. Las democracia se financian con recursos que provienen del trabajo y el ahorro de los ciudadanos y es indispensable que estos puedan saber con claridad en qué se gasta cada céntimo de sus impuestos para poder elegir, en cada ocasión en que sean convocados, con criterio y buena información. La transparencia es una consecuencia de la buena democracia, pero, cada vez más, una exigencia esencial para que la democracia sea posible y funcione de manera efectiva.

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