En relación a la decisión ¿Matar seres humanos por razones éticas? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

Tal como está formulada, la pregunta induce a responder con un no rotundo, pero la cuestión tal vez sea algo más compleja y no pueda responderse sin reflexiones un poco menos incontestables. De todos modos, la Ética existe para que no hagamos daño a otros, pero ¿hay algo errado en esa negativa?

La cuestión, en el fondo, se reduce a lo siguiente: si hay derecho, en el sentido más amplio del término, a causar un mal menor para hacer posible un bien mayor o evitar un mal absoluto. La respuesta es obvia en casos como la defensa propia o en lo que podríamos llamar la "ética biológica" que ha establecido que unos seres se coman a otros para sobrevivir. Pese a ello, los humanos hemos dado a la luz una idea realmente admirable de la ética, aquella que lo emparenta con lo absoluto, que lo aparta de cualquier cálculo o consideración utilitaria. Se trata de una manera admirable de sentir y de actuar, pero ¿es lo suficientemente convincente como para evitar sus contrarios? No me lo parece.
 
El peligro de optar por morales menos radicales y más permisivas es lo que se conoce como problema de la "pendiente resbaladiza", esto es, hasta qué punto podemos dejarnos llevar por consideraciones de cálculo sin anular completamente el sentido del deber. Esta clase de problemas se resuelven mal en teoría pura, pero son más fáciles de tratar en la práctica, al menos en la teoría de la práctica, en la medida en que concedamos que la ética no se inspira sólo en consideraciones puramente racionales, entendiendo por tal incluso la decisión de actuar siempre conforme a un exigente ideal del deber, sino que ha de tener en cuenta consideraciones de carácter, digamos, más sentimental, un poco a la manera de Hume, quien afirmaba que no es que las acciones condenables nos inspiran rechazo porque sean condenables, sino que lo son porque nos inspiran ese rechazo, una actitud de rechazo o de adhesión que, en último término, está enraizada en condiciones de la naturaleza humana, sea de ello lo que fuere.
 
La Ética no es una ciencia como la lógica o la matemática, y, aunque sus problemas hayan de tratarse con el máximo rigor, no tenemos un fundamento absolutamente indiscutible y evidente para todo el mundo en el que apoyarnos a la hora de razonar y, sobre todo, a la hora de tomar decisiones, lo que no es sino otra manera de decir que tenemos algo que se suele llamar libertad moral. ¿Cabe pues causar daño a otras personas por razones éticas? ¿incluso matarlos? Además de los brillantes ejemplos que ha propuesto el profesor Lázaro, bastará que consideremos que causar un mal en función de un bien no es algo que sea extraño en otros terrenos, por ejemplo en el de la medicina y la cirugía, o en del derecho penal, de manera que esa asunción que de ordinario hacemos en esa clase de casos puede hacernos ver que no sea tan descabellado causar a alguien un dolor o un mal en el plano ético si de esa acción dependen bienes superiores que no puedan alcanzarse de ningún otro modo.
 
Se trata, como es obvio, de constatar una grieta desagradable en el edifico de la decencia moral, pero negar la grieta y los riesgos que conlleva su utilización en casos absolutamente condenables, puede ser peor que admitir esa debilidad teórica en el sistema de nuestras convicciones más básicas. Shakespeare nos ilustró dramáticamente sobre la imposibilidad de cumplir exactamente una condena, sobre la imposibilidad de arrancar a alguien exactamente una libra de carne, y eso que no se remontó a consideraciones de matemática pura, pero esta clase de dificultades no suelen impedir que se imponga el sentido común y la prudencia en los casos difíciles que son, precisamente, los casos en los que las reglas morales de la excelencia y la sublimidad no parecen poder aplicarse sin grave daño para terceros y sin paradojas.
 
En la tradición occidental suele partirse de la idea platónica de que el Bien es un absoluto, pero la vida ética y la mera reflexión nos enseñan que existen bienes contradictorios, que toda ética es conflictiva, que debemos decidir y a veces hay que hacerlo conculcando parcialmente, o por completo, mandatos de apariencia y formulación incontestable. Por eso la vida moral es dramática y, aunque no podamos conformarnos con meros cálculos, nos guste o no, hemos de mancharnos.

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