En relación a la decisión ¿Promover el final de las monarquías? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

No creo que las Monarquías deban tratarse como algo que haya de extinguirse. Son formas de organización política que han demostrado estabilidad y capacidad de adaptación a los tiempos. Algunas de las monarquías reinan en países de inmejorable condición política y prestan un servicio muy estimable.

 
Las sociedades bajo un mismo poder político tienen formas de organización muy distinta que responden a peculiaridades de su historia colectiva y expresan una determinada cultura política que ha ido evolucionando, especialmente desde que empezó a existir lo que llamamos los Estados modernos. En determinadas ocasiones, la Monarquía no supo adaptarse a la evolución política y fue desechada; tal vez el ejemplo más notable sea el de Francia. Pero en otras muchas, la Monarquía, como ha sucedido en Inglaterra o en Suecia, ha sido una institución perfectamente útil y eficaz que, además, ha sabido convertirse en un símbolo de la unidad, del orden político, del imperio de la ley y de la convivencia pacífica entre ciudadanos e instituciones, como una manera más de articular la división de poderes en que tiene que asentarse cualquier forma de democracia que no acabe conduciendo a un totalitarismo.
 
Las Monarquías no son, pues, formas de Estado o de Gobierno contrarias a las democracias, sino que han sabido hacerse compatibles con ella. Si es que su permanencia se convierte en un problema, se deberá más a condiciones y dificultades específicas de cada sociedad política que a un defecto de forma que las invalide para convivir con la libertad política, la democracia y el progreso en cualquiera de sus formas. En el caso de las Monarquías, la existencia de un determinado poder, que ha de estar perfectamente delimitado, que se excluya de los vaivenes y los cambios de la opinión mayoritaria no implica una carencia de democracia, sino que constituye una fórmula perfectamente viable de resolver y determinar quién y cómo está a la cabeza del poder político en tanto símbolo de la nación.
 
Lo que habría que abolir, pero está universalmente abolido en todas las sociedades democráticas, es la existencia de un poder omnímodo e ilimitado y que pretendiese no descansar en la soberanía nacional sino en, por ejemplo, la tradición u otras formas de legitimidad que, supuestamente, debieran estar al abrigo de la soberanía popular. Las Monarquías han podido ser eso en otras épocas del pasado, pero ya no lo son en absoluto. Los que no son monárquicos argumentan con frecuencia que la institución arrastra consigo ciertos vicios políticos que impiden que pueda estar a la altura de las exigencias de una democracia moderna. No creo que sea el caso, ni en España ni en ninguna de las Monarquías de nuestro entorno, y, en la medida en que eso fuere así, se trataría de un error que pondría en riesgo no solo a la Monarquía, sino a la democracia misma.
 
Cabe sospechar, sin embargo, que en ocasiones se quiera cargar sobre las Monarquías motivos de frustración que obedecen a muy otras causas. Cuando ese sea el caso cabrá sospechar que se pretende convertir a la institución en un blanco fácil al que tratar de abatir, y que ello se hace para disimular otras carencias que habría que remediar por sí mismas, sin que las Monarquías puedan considerarse seriamente como un obstáculo para ningún progreso político efectivo, cosa que, más que en una discusión puramente formal, cabe fundar en muy diversas y obvias experiencias históricas. En el caso español, hay argumentos para todos los gustos, pero no cabe ignorar que la Monarquía es una institución tan centenaria como la propia Nación española y que, sean cuales hayan sido sus carencias en siglos del pasado, ha sido perfectamente capaz de propiciar décadas de paz civil, progreso económico y libertad política, además de proporcionar ventajas simbólicas nada desdeñables en un mundo que tiende fatalmente a una homogeneidad no siempre maravillosa.
 
Parece demasiado fácil defender, con una mirada miope y bastante estrábica, que los males de España se arreglarían, sin más ni más, acabando con la Monarquía e ignorando las raíces más inmediatamente reales de nuestros problemas. La demagogia al respecto es un obstáculo mucho mayor que cualquier Monarquía.

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