En relación a la decisión ¿Leer 'Ante el dolor de los demás', de Susan Sontag? esta es una opinión de Juan Malpartida
- Juan Malpartida
- Crítico literario
Esta es mi opinión de experto
El dolor nos hace indefensos; pero el valor ético nos otorga sentido; no la salvación (metafísica) sino algo menos pretencioso y al cabo más hermoso: hacer que el dolor de la historia sea menor.
Susan Sontag se plantea en Ante el dolor de los demás, aquel producido por las guerras. El dolor privado no es injusto ni justo, no podemos apelar a ninguna instancia al respecto, pero el dolor sufrido por los actos injustos de los demás, si compete a la justicia. Sontag parte de la idea de que “todo el mundo es literal cuando de fotografía se trata”, refiriéndose especialmente a la modalidad documental, a toda aquella fotografía que trata de mostrarnos algo que no es la fotografía misma, y por lo tanto ajena a la manipulación, estética o de otra intencionalidad.
Muchas de las reacciones pasivas ante el dolor de los otros las explica por la seguridad de que disfrutan ciertos individuos, de la cual pueden pensar que “nada podemos hacer”. A diferencia de lo que afirmaba en su libro Sobre la fotografía (1973), que el exceso de imágenes terribles adormece nuestra sensibilidad, la Sontag de este periodo último cree que lo erosionado “es el sentido de la realidad”. Vivimos en una sociedad del espectáculo y éste ha sustituido o desvirtuado la realidad. Pero Sontag reacciona de manera opuesta: hay que despertar la sensibilidad de la gente para hacerle ver que lo que ahí ve no es un objeto sin referente sino que responde a una realidad irreducible: la del dolor que está antes y después de la foto.
“Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan”, afirma Sontag, y desde la demanda a no cerrar los ojos, a no cerrar nuestra conciencia ante los males del mundo, alza este juicio: “Los ciudadanos del la modernidad, los consumidores de la violencia como espectáculo, los adeptos a la proximidad sin riesgos, han sido instruidos para ser cínicos respecto de la posibilidad de la sinceridad.” Sontag generaliza aquí y crea un monigote. Porque debemos tener en cuenta de que es la modernidad, precisamente la que toma conciencia de los otros, como una realidad sin la cual no puedo entender mi propia conciencia. La modernidad, que teoriza la universalidad de la razón y de la ética, es la que promueve la democracia y los derechos humanos como requisitos universales de los pueblos y los individuos. Modernidad es algo más que consumo y clase media. La fotografía de la que nos habla Sontag nos muestra es el dolor prístino, más allá de las ideologías, de cualquier concesión a lo necesario. Sontag no es pacifista, así que no puede ignorar que actuar (lo sabía Budha) lleva implícito el error; pero no hacerlo (lo supo Cristo) es despiadado.
La tensión, que Sontag elude voluntariamente, es la suscitada entre la ética y la política, entre el imperativo de preferir individualmente el bien y la necesidad de actuar políticamente, que no se rige por la ética –aunque la tenga en cuenta- sino por las leyes y poe la aspiración a lo mejor, que no excluye el mal menor. Menor es una apreciación de orden relativo, pero el dolor individua que puede provocar, es absoluto. La tensión entre ética y política, se llama historia: la casa de todos y de nadie, la conversación y el forcejeo inconclusos, la sonrisa a medias, la imposibilidad de la inocencia.
El hecho de tomar la fotografía como medio privilegiado mnemotécnico en relación con el dolor y la injusticia, quizás desvirtúa un poco las reflexiones de este libro. Porque nada nos tortura más que nuestra propia imaginación. Es cierto, ya no podemos ni debemos prescindir del documental fotográfico, pero, lo supo bien Sontag, no basta. Por eso escribe, con la intención de que recordemos. El dolor nos hace indefensos; pero el valor ético nos otorga sentido; no la salvación (metafísica) sino algo menos pretencioso y al cabo más hermoso: hacer que el dolor de la historia sea menor.