En relación a la decisión ¿Leer a Nicolás Gómez Dávila? esta es una opinión de Juan Malpartida
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Juan Malpartida
- Crítico literario
Esta es mi opinión de experto
El pensador colombiano Gómez Dávila fue uno de los "raros": un pensador reaccionario incómodo para los conservadores, con una fuerte carga crítica y creativa. Muchos de sus aforismos pueden contarse entre lo mejor en ese género breve que aúna la sugerencia con el gesto de lo definitivo.
Resulta evidente que Nicolás Gómez Dávila (Bogotá 1913-1994) cultivó un fuerte desdén por su siglo. Fue antimoderno, si entendemos por modernidad la tradición del pensamiento crítico, desmontador de las ilusiones de la metafísica, la aceleración del tiempo histórico bajo la espuela del progreso y la exaltación de la tecnología. Es habitual adjetivarlo de reaccionario y católico tradicionalista. Es cierto, pero sólo si no queremos comprenderlo. Quiero decir: para entenderlo hay que explicar de qué manera es reaccionario y qué tipo de cristianismo es el suyo. Alguna vez escribió lo siguiente: “Más que cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo”.
Esta frase expresa una verdad de su obra siempre que se acepte que es contradictoria con otras afirmaciones suyas. El joven Gómez Dávila vivió en Francia hasta 1939 y pudo seguir los ecos de Maurice Barrès y, sobre todo, la actividad de Charles Maurras en polémica con el progresismo anticatólico, defensores ambos pensadores de un nacional catolicismo al que Gómez Dávila no parece ajeno. A lo largo de toda su obra no parece haber cambiado de idea respecto a su visión de la historia: ajena a atribuir al proceso histórico una lógica providencialista tipo Hegel o Marx, o incluso católica, en la medida en que suponga una concepción del cristianismo como adaptación a valores sociales surgidos de la razón. Los valores en Gómez Dávila lo son porque provienen de Dios, no porque al encontrar nosotros en ella alguna virtud la atribuyamos a Dios.
Su cristianismo es sobre todo ontológico. “La historia auténtica excede lo meramente acontecido”, afirma, cuyo complemento sería este otro aforismo: “Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica”. Una aventura que para ser realmente seria, según nuestro autor, ha de culminar en el relato autobiográfico. Gómez Dávila reaccionó contra el encumbramiento, desde mediados del XVIII, de la razón, y defendió el romanticismo en todo cuanto éste tiene de irracionalidad, de apasionado, de revuelta contra la pretensión racionalista de otorgar a la razón el único estatuto de la realidad. Se identifica con la voluntad del romántico, opuesta al determinismo. Pero no comparte el romanticismo revolucionario. No fue Marx sino Edmund Burker su guía. No podía creer en el progreso porque la revelación cristiana supone para él la plenitud, y es algo que ya ha sucedido. Más allá de finas y ocurrentes observaciones nada desdeñables, su teología y su visión de la historia no son lo que importa en su obra, sino todos esos otros pensamientos que no están alimentados, al menos no tan voluntariosamente, por la necesidad de oponerse.
Moralista, fue un magnífico observador de la tontería humana; también del amor y de la sensualidad, a la que sin duda rindió culto (“El amor ama la inefabilidad del individuo”); de los comportamientos humanos, individuales o grupales. Por ejemplo: “Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos con lo que son”. Es estupendo en la mordacidad: “El político tal vez no sea capaz de pensar cualquier estupidez, pero siempre es capaz de decirla”. O esta otra más justa: “Ser joven es temer que nos crean estúpidos; madurar es temer serlo”. A pesar de su religiosidad (¿hasta qué punto era fervoroso?), su actitud es claramente filosófica: “El hombre vive de sus problemas y muere de sus soluciones”. Para hegelianos: “La dialéctica es la simulación de un diálogo dentro de un soliloquio”.
Y para acabar, una aguda observación sobre las gentes de nuestro gremio: “El crítico literario que no se contradice con frecuencia se equivoca”. Habría que añadir: se equivoca doblemente si lo ignora. La obra de Gómez Dávila es inagotable y digna de los grandes aforistas de cualquier época, un hombre de rara y verdadera cultura, en el sentido en que él mismo entiende este término: “Culto es el hombre que transforma en reflejos fisiológicos los más nobles productos del espíritu”.
