En relación a la decisión ¿Vender mi coche para reducir gastos si me he quedado en paro? esta es una opinión de Pedro Manuel Canavarro

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Esta es la opinión del experto

"¿Hasta qué punto se impone la propiedad de un buen coche, no como lujo ni afirmación personal, sino como necesidad imperiosa para visitar a mi familia y poder desplazarme para cumplir con mis obligaciones laborales y de ciudadanía?", se pregunta Canavarro ante la disyuntiva de comprar un coche.

El año pasado sufrí un espectacular accidente en plena autopista de Lisboa a Oporto, provocado por la acumulación de agua en la carretera.
Habiendo escapado ileso del accidente y teniendo la necesidad de adquirir un nuevo vehículo, me pregunté: ¿Hasta qué punto se impone la propiedad de un coche, no como lujo ni como afirmación personal, sino como necesidad imperiosa para visitar a mi familia y poder desplazarme para cumplir con mis obligaciones laborales y de ciudadanía?
 
Mucho me temo que la respuesta a esta pregunta es "hasta límites insospechados", dado que vivimos en sociedades típicamente individualistas donde el sentido gregario, la solidaridad y la vivencia del colectivo se manifiesta lo menos posible.
Esto significa que, mientras no haya profundas alteraciones que lleven a una vivencia más colectiva –no sólo por la existencia y calidad de redes suficientes de transportes públicos asociados al espíritu de vecindad donde el intercambio de los buenos días y de las buenas noches con los demás sea una realidad- nos encontraremos siempre, aún sin quererlo, utilizando nuestro propio coche.
 
El padre, la madre, cada uno de los hijos reflejarán sus diferencias de carácter en las marcas de coche que se compran, las cilindradas, los colores que eligen, las músicas que escuchan cuando conducen, y así, sentirán que se identifican y se afirman en la sociedad en la que se “integran”.
Actualmente es prácticamente imposible sobrevivir sin automóvil si no se vive en los grandes núcleos de población.  Se generan atascos inmensos a primera hora de la mañana y por la tarde, que aumentan el estrés en el trabajo y el empobrecimiento de las relaciones familiares. Las permanentes ampliaciones de carreteras nunca son suficientes para contener la dinámica sin límites de la distribución de coches como premios en concursos televisivos y las condiciones son cada vez más favorables para que se den accidentes debido a las nuevas dinámicas de trabajo diurno y nocturno.
 
La contaminación por los combustibles, los ruidos y los gases afectan profundamente a los seres humanos, y al entorno, hasta el punto de crear un nuevo paisaje: carreteras de asfalto que cruzan los valles verdes, barreras sonoras que definen nuevas fronteras dentro de las habitaciones, luciérnagas que se suceden veloces y perturban cualquier noche de luna.
La agresividad es tan intensa y agota de tal forma al ciudadano en todo lo cotidiano que, en el ámbito de las políticas autárquicas, la decisión es terminar con esa visión del coche por doquier, cerrando para ello calles a la circulación, haciendo carreteras subterráneas cuando es posible, subiendo los impuestos para que se los lleven al desguace directamente y prohibiendo que su estética y cromatismo sean aparcados delante de parques, jardines y bellas mansiones.
O sea, se intenta ocultar el automóvil, la tarjeta de visita de tan fácil lectura del ciudadano del siglo XX. Destruyendo así esa victoria del transporte, enorme conquista del hombre, orgullo de países en competiciones internacionales, momentos de encantamiento romántico en descapotables, por no hablar de esos cuantos minutos de creatividad que tenemos cuando conducimos para olvidar y soñar.
 Al fin y al cabo es eso lo que queremos, que en medio del paisaje, en los centros urbanos, en el asfalto de las autopistas el Hombre sea identificable, visible a través de las líneas de la estética, el color de lo que él transporta y lo transporta a través de los tiempos...procurando seguramente el mejor equilibrio entre nosotros y la naturaleza....somos tan conscientes de nuestra fragilidad en este tema que hasta escondemos el brillo de la carrocería de nuestros coches ¡para que los “pavos reales” no los piquen al querer mirarse en el espejo de nuestra existencial¡
Extraído de su disertación EL AUTOMÓVIL – SÍMBOLO SOCIAL E INSTRUMENTO AGRESOR

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