En relación a la decisión ¿Promover que la escuela y los institutos eduquen la solidaridad? esta es una opinión de Pedro Gómez Serrano

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Esta es la opinión del experto

Considerando las diferencias Norte-Sur y las desigualdades sociales existentes en muchos países, el autor destaca que es vital educar en la solidaridad en las escuelas e institutos para que las nuevas generaciones consideren la solidaridad como un valor básico para la cohesión social.

Pedro Gomez Serrano destaca que, aunque aparentemente se trata de un valor en boga, educar hoy en la solidaridad constituye un verdadero reto para todos los que participan en las instituciones docentes trabajando con niños adolescentes y jóvenes. Es un reto, a su juicio, en un doble sentido: porque algunos de los valores dominantes en nuestra sociedad son profundamente opuestos al de la solidaridad, y porque del fortalecimiento de actitudes solidarias en el tejido social dependen la calidad de vida de la sociedad futura y la posible resolución de los mayores desafíos que tiene planteados la humanidad en su conjunto.
 
Destaca que no se puede olvidar, con todo, que este empeño educativo se encuentra profundamente condicionado por dos hechos: somos miembros de una sociedad culturamente occidental y económicamente rica. "Ello explica -dice- tanto las fuertes resistencias al cambio de actitudes y comportamientos de tantos de nuestros conciudadanos, como el hecho de que, con frecuencia, muchas de las iniciativas que adoptamos, sin duda con la mejor intención, sean vistas por personas pertenecientes a otros espacios culturales como impositivas, desatinadas o hasta profundamente nocivas".
 
Sin embargo, la necesidad de una seria educación para la solidaridad -señala- obliga a tomar conciencia de sus dificultades. Por una parte, al término "solidaridad" le acecha el peligro de manipulación y trivialización propio de todas las palabras que hacen fortuna y se tornan populares. Detrás del uso común de esta palabra en los medios de comunicación social se esconden, en muchas ocasiones, concepciones verdaderamente ingenuas, paternalistas, narcisistas o falsamente moralizantes. Por otro lado, las deformaciones de eso que llamamos "educación" no son menos frecuentes: reducirla a mera información de situaciones; tratamiento de ciertos asuntos de modo puntual, superficial y anecdótico; adoctrinamiento voluntarista que suele conducir a la "vacunación" de los destinatarios, etc.
 
En el fondo, puntualiza una preocupación/indignación recorre este llamado a educar en la solidaridad porque, según indica, vivimos en un mundo que dispone de los mayores recursos materiales y científicos de la historia y, al mismo tiempo, la miseria y la precariedad alcanzan niveles desconocidos anteriormente. No faltan medios para proporcionar una vida digna a todos los habitantes de la Tierra; faltan voluntad política, una mínima apertura del corazón y la más elemental sensibilidad ética en las sociedades económicamente desarrolladas. "Podemos, sin duda, vivir de espaldas a esta realidad pero, al menos, ya no será posible en adelante alegar desconocimiento o ignorancia", finaliza.

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