En relación a la decisión ¿Tener más de una identidad cultural? esta es una opinión de Francesc Torralba

Imagen de Francesc Torralba

Esta es mi opinión de experto

Es difícil definir la identidad personal. Pero puede empezarse por diferenciar cómo nace la identidad (la originaria) y cómo se da la adscripción a una identidad. Esta última es mucho más libre, lo que facilita su multiplicidad.

El concepto de identidad es, de entrada, problemático. La identidad se puede concebir, en una primera instancia, como la definición de una realidad, como lo que describe la esencia de un ente. En este sentido, la identidad de un triángulo es lo que le define y distingue de otras figuras geométricas como pueden ser el cuadrado o la circunferencia.
La identidad es, en este sentido, el contenido verbal que expresa lo nuclear de la realidad, lo que trata de captar el interior de una entidad.
 Determinar la identidad de una realidad es problemático, porque hay que definir el quid de la cosa, lo que la caracteriza y diferencia de las demás.
 Precisar esta característica o hechos característicos no es nada fácil en algunos casos. En el ejemplo que hemos puesto es relativamente fácil. Se puede decir que un triángulo es una figura de tres lados, porque si tiene dos no se puede llamar triángulo, pero si tiene cuatro, tampoco puede ser considerada un triángulo. El hecho de tener tres lados la diferencia del cuadrado y también de la circunferencia.
 
Es evidente que en el caso de las identidades personales y de las colectivas no es posible una intuición pura de sus propiedades. No podemos definir a una persona antes de conocerla, antes de dialogar con ella y establecer una relación de amistad. Tampoco podemos definir a un pueblo sin haber tenido relación, sin haber conocido a su gente, sus costumbres, su lengua, sus hábitos, sus creencias y valores.
 
En el caso de las identidades personales, sólo es posible conocerlas a través de las intuiciones empíricas. No podemos intuir puramente lo que es un vasco, un gallego o un catalán. Sólo podemos esforzarnos a describirlo —poco más que intentarlo— después de haber entrado en relación con él o ella.
 
Por ello, si es materialmente imposible decir totalmente la realidad personal o colectiva, significa que siempre hay que volver a poner palabras a lo que se pretende definir. La tarea de dar palabras a las identidades personales y colectivas no tiene fin.
 
Si aceptamos, con Wittgensten, que la finalidad del lenguaje es la de decir (sagen) el mundo (die Welt) tenemos que concluir que hay dimensiones del mundo que no pueden ser totalmente dichas, sino que tan sólo se pueden mostrar (zeigen). ¿Podemos decir qué somos cada uno de nosotros? Lo podemos decir hasta cierto punto, pero más allá de esta tentativa debemos guardar silencio. Aún así, lo podemos mostrar.
 
Torralba asegura que, “en cierta forma, la adscripción a una determinada identidad colectiva es más libre que la génesis de la propia identidad personal. Debemos tener en cuenta, además, que el hecho de que el yo pertenezca a una identidad colectiva puede tener aspectos muy creativos en su desarrollo personal. Seguramente figuras como Sigmund Freud, Franz Kafka, Edith Stein o Albert Stein habrían sido diferentes si no hubieran formado parte de la identidad colectiva del pueblo judío”.

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