Tanto cuando se trata de dolor físico, como cuando se trata de dolor sentimental o emocional, si este es constante y no decrece sino que se convierte en una constante en nuestra vida puede ser signo de alarma de que algo no va bien, de que es ya algo crónico, una enfermedad.
Puede pasar de ser un simple síntoma que advierte que hay que estar atentos a lo que ocurre o, más allá, ser la demostración de que, efectivamente, se han rebasado los límites y se ha convertido en un proceso enfermizo.
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