En muchas ocasiones a la hora de tomar decisiones relacionadas con nuestra salud —desde fumar hasta someterme a un trasplante hígado— nos encontramos con limitaciones, reguladas por ley, a nuestra supuesta libertad y principio de autonomía. Somos seres sociales, y como tales convivimos en comunidades con reglas establecidas, se supone, para el mejor funcionamiento de la sociedad. La pregunta es si el bien de ésta prevalece por encima del mío propio a la hora de tomar decisiones sobre mi propio cuerpo.
La cuestión sobre quién decide sobre mi cuerpo, está tomando cada vez más protagonismo. La tecnología sanitaria permite, por ejemplo, mantener con vida a personas en situaciones que pocos años atrás habrían muerto irremediablemente. La donación de órganos, la cirugía estética, el aborto, el encarnizamiento terapéutico, son temas relacionados con esta cuestión. Aunque nuestra cultura exalta la libertad individual por encima de todo otro principio, algunos especialistas en bioética aseguran que el principio de autonomía tiene límites sociales porque no nacemos ni crecemos solos en el universo, sino necesitamos de los demás y de la sociedad.
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